domingo, 9 de octubre de 2016

Howlin' Woolf

Diego Pérez Ordóñez

Hay libros que intimidan. A primera vista Virginia Woolf. La vida por escrito, la biografía publicada hace algo más de un año por la periodista argentina Irene Chikiar Bauer, parece un camino largo y sinuoso, una misión de demasiado largo aliento. Algo así como prepararse mentalmente para participar en una maratón. 

Claramente no se trata de uno de esos libros que te guiñan el ojo al primer coqueteo, ni de aquellos que aúllan por ser leídos y rescatados de los estantes como primer instinto.  Es que estamos hablando, para empezar, de una infraestructura maciza y contundente: 855 páginas apretadas y serias, rebosantes de datos, generosas en información, atestadas de detalles cotidianos debidamente verificados y juiciosamente cotejados. Hay que agregar, en consecuencia de todo lo anterior, un impresionante aparato de notas, de fuentes bibliográficas y un índice onomástico en debida proporción al volumen de la obra. Tengo que admitir que el grueso volumen reposó en la mesita de los libros pendientes por más tiempo que el común, en una especie de ejercicio del derecho a la resistencia.

También es de justicia confesar que, tras los miedos iniciales, la recompensa de la lectura se justifica rápidamente y a plenitud: Virginia Woolf. La vida por escrito resulta un trabajo a un tiempo completo y monumental, al que no le sobra ni un gramo de grasa. Ni se siente en exceso el peso de las páginas, ni Chikiar Bauer cae -y este es un punto fundamental si se trata de Woolf- en las tentaciones de bucear en los archivos y argumentos del psicoanálisis, ni de escudriñar con demasiado énfasis las tesis del feminismo más radical. El solo haber evitado estos aguijones provee a la obra de un grado de precisión envidiable.

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Estamos, sin duda, ante una biografía que no pierde por un segundo su agudeza a pesar de ser exhaustiva, a la que no le falta propulsión en ningún momento, sin perjuicio de la cascada de información que la autora apareja y destila. Parte del secreto parece ser el uso– selectivo y con fidelidad quirúrgica- de los apuntes de los diarios de Woolf: “Lo único que hay en este mundo es la música…la música, los libros y uno o dos cuadros. Voy a fundar una colonia en la que no existirá el matrimonio – a menos que uno se enamore de una sinfonía de Beethoven -, no habrá ningún elemento humano -salvo el que proceda del arte-, nada más que paz ideal y meditación.(Chikiar Bauer, op. cit., Taurus, Pág. 148)

Así, Virginia Woolf. La vida por escrito resulta un viaje guiado por la mente afilada y compleja de Virginia Woolf, más que una biografía tradicional orientada solamente a destacar el contexto en el que la escritora inglesa desarrolló su trágico genio: como la ruptura con la era victoriana, las complejas telarañas familiares, las particularidades del grupo de Bloomsbury, su carencia de educación formal y, como otra cara de la moneda, su delicada faceta de lectora autodidacta:

“Si esto es así, si leer un libro como debería leerse requiere las cualidades más excepcionales de imaginación, perspicacia y juicio, quizá podamos llegar a la conclusión de que la literatura es un arte muy complejo y que es improbable que seamos capaces, ni siquiera tras toda una vida de lectura, de contribuir con algo valioso a su crítica. Debemos seguir siendo lectores; no nos investiremos con la gloria que pertenece a esos raros seres que son también críticos. Pero aun así tenemos nuestras responsabilidades como lectores e incluso nuestra importancia. Los parámetros que establecemos y los juicios que expresamos se escabullen sigilosamente por el aire y pasan a formar parte de la atmósfera que respiran los escritores cuando trabajan. Se crea un influjo que les afecta aunque no encuentre nunca el camino de la imprenta. Y ese influjo, si estuviera bien instruido, fuera enérgico e individual y sincero, podría ser de gran valor ahora que la crítica está necesariamente en desuso…” (Woolf, Virginia. El Lector Común. Traducción de Daniel Nisa Cáceres. Buenos Aires, Lumen, 2009, Págs. 247-8)

Chikiar Bauer no se deja tentar por los cantos de sirena de la Virginia Woolf típica e icónica, y por eso parece claro que el mérito de Virginia Woolf. La vida por escrito es destacar la independencia literaria de Virginia Woolf, su apasionado afán por la innovación, su simbiótica relación con el idioma inglés, su sagacidad, y al final del día su individualidad y su independencia de juicio. En eso coincide con la sentencia de Borges – con Virginia Woolf todavía viva- de que: “…lo indiscutible es que se trata de una de las inteligencias e imaginaciones más delicadas que ahora ensayan felices experimentos con la novela inglesa.” (Textos Cautivos. En Obras Completas, Tomo 4, Buenos Aires, Emecé, 2010, Pág. 231)

Al final del día esta biografía, seguramente llamada a ser el nuevo patrón oro de las biografías de Virginia Woolf en español, es una puntillosa placa radiográfica, del funcionamiento de una mente exquisita y creadora.



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