jueves, 30 de julio de 2015

Bon voyage, Muddy



Diego Pérez Ordóñez

Muddy Waters. Su puro y simple nombre remite al formidable, fértil y viscoso Delta del río Mississippi, con sus parsimoniosos y resignados barcos a vapor, sus ruginosas locomotoras y sus interminables campos algodoneros. Su música, pesada y ruda, te despacha sin escalas al África occidental de trovadores de lo inmemorial, a la vez que despliega autopistas hacia el rock. Un efecto doble: los cimientos y el futuro del blues. Muddy Mississippi Waters.

Es posible que el viaje en tren que Muddy Waters (1913-1983) emprendió  desde Mississippi hasta Chicago en 1943 haya sido uno de los más decisivos éxodos de la historia de la música popular occidental. Y es seguro que, cuando puso el primer pie en el vagón de tercera clase que lo consignó en la más tolerante y abierta Chicago –no me acuerdo quién la bautizó como nigger-loving town- el todavía joven músico jamás se imaginó que emprendía una travesía que lo terminó de convertir en el jefe espiritual del blues. Y es que la historia del blues es la historia del éxodo, de muchos otros extrañamientos.

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Stovall country blues
Muddy Waters, nacido con el algo menos poético nombre de McKinley Morganfield, era entonces uno más de los tractoristas de la célebre granja algodonera de Stovall, llamada así por su familia de propietarios (que perfectamente habría podido ser retratada por William Faulkner). Sin embargo cuando abandonó su casa ya era una especie de celebridad menor: en 1941 y por encargo de la Biblioteca del Congreso estadounidense y de la universidad de Fisk, Alan Lomax y John Work se instalaron en Mississippi para grabar el blues de Muddy. Lomax cuenta que las primeras grabaciones se hicieron en una tarde bochornosa – en el sentido porteño- de julio con un equipo para entonces de la más alta tecnología, porque permitía grabar en alta fidelidad, para luego cortar discos de acetato de dieciséis pulgadas. Y de paso describe a Waters como una suerte de esquimal oscuro, amable, serio, tímido y algo nervioso porque le había prestado su guitarra de costumbre a un amigo. Muddy Waters iba descalzo. Esa tarde húmeda y acalorada de 1941 marcó el principio de una de las piedras de toque del blues: de cuando la música rural y acústica del pastoso delta del río Mississippi empezó a convertirse en melodía urbana. De hecho, la canción que Waters escogió grabar primero se llamaba, quizá premonitoriamente, Country Blues.

De vuelta al futuro
Ahora es necesario volver a 1943. A mayo de 1943. Muddy Waters se subió en el tren que cubría inicialmente el trayecto Mississippi-Memphis con equipaje limitado: una guitarra comprada en los conocidos almacenes de Sears Roebuck por muy poco dinero y una modesta maleta con solo un cambio de ropa. Nuestro amigo peregrino cambió de línea y se trepó a un vagón que lo llevó más al norte, con dirección a Chicago. El viaje debe haber demorado unas pesadas dieciocho horas desde que Waters dejó el poblado de Clarksdale y para cuando el tren desembocó en la estación de Illinois Central, en el centro de Chicago. En ese entonces Chicago jugaba el mismo papel migratorio, para los afroamericanos, que Ellis Island representó para italianos, irlandeses, polacos y demás.

La aventura de Chicago arrancó con pan bajo el brazo porque, apenas llegado, Muddy Waters pudo conseguir un nada musical pero alimenticio empleo en las instalaciones portuarias de una fábrica de papel. También a poco desembarcar pudo convertirse en acompañante, en guitarra, de Sonny Boy Williamson, Memphis Slim y Sunnyland Slim. Y como nos cuenta Francis Davis –quizá quien mejor ha documentado y entendido la trascendencia de este viaje- “También hizo la transición hacia la guitarra eléctrica más bien sin esfuerzo, bajo el razonamiento de que nadie te podía escuchar con una guitarra acústica en los bares y cantinas del Lado Sur, que debieron estar tan poblados como las fábricas en las que los clientes ganaban los dólares que gastaban con liberalidad por la noche.” (‘The History of the Blues, the Roots, the Music, the People, from Charley Patton to Robert Cray’, New York, Hyperion, 1995, Pg. 176. Mi Traducción.) Davis agrega que, aunque la música amplificada y los ritmos que Muddy Waters desarrolló en los escenarios de Chicago podrían inicialmente parecer una respuesta al ruido de la ciudad, a su ímpetu, sus oyentes buscarían en vano los sonidos de la música urbana.  Lo de Waters en Chicago sigue siendo el low country blues de sus orígenes, la música cenagosa y espesa del Delta, plagada de mitos, amuletos y leyendas, de huesos de gato negro y de historias algodoneras. (“The history…Pg. 181)

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Y es posible que Muddy Waters no haya sido el primer bluesman en dar el salto hacia la música eléctrica y amplificada, pero es seguro que Muddy Waters fue el más eficiente. Por sus cualidades como líder de banda –comparables, se me viene a la mente, con Miles Davis y con John Mayall en distintas circunstancias- y como embajador de los vados y estuarios del río Mississippi, cada vez que Muddy Waters tocaba con el volumen en alto, cada vez que las guitarras chirreaban, cuando el bajo marcaba los ritmos y cuando alguien soplaba las armónicas, el blues le daba la bienvenida al rock, con la más roja de las alfombras. “La influencia de Muddy Waters (sostiene Anki Toner) es incalculable; baste decir que los Rolling Stones tomaron el nombre de una canción suya. Detalles anecdóticos aparte, lo cierto es que la Muddy Waters Blues Band de principios de los años cincuenta definió el sonido de la banda eléctrica de blues. Fue, por ejemplo, en esta banda donde Little Walter descubrió/inventó/definió el papel de la armónica amplificada en el seno de un conjunto de guitarras. En los años sesenta, algunos grupos de rock estaban más inspirados por el sonido de la Muddy Waters Blues Band: la primera formación de los Rolling Stones era una copia pieza por pieza, piano incluido (con Mick Jagger a la armónica).” (‘Blues’, Madrid, Celeste, 1995, Pág. 100)

Por la banda de Muddy Waters pasaron, por ejemplo, Otis Spann y Pinetop Perkins en el piano, Earl Hooker y Johnny Winter en la guitarra, y, quizá lo más importante, una pléyade de los más fascinantes armoniquistas de todos los tiempos: Big Walter Horton, James Cotton, Carey Bell, el mentado Little Walter o Junior Wells. Si bien Muddy Waters –indiscutiblemente- no inventó ni reinventó el blues, resulta incuestionable que, al amplificarlo y al ponerse al frente de tremendas bandas, tendió – ladrillo a ladrillo, varilla por varilla- los puentes hacia el rock. Puentes que, pues, ligaron Clarksdale con la granja Stovall, Memphis con Chicago, Nueva York con Londres y luego con el mundo. La universalidad del rock, descansa sólida en los fundamentos de Muddy Waters y de su guitarra de once dólares.