domingo, 20 de octubre de 2013

Beck, Jeff Beck




Diego Pérez Ordóñez

Los recónditos sonidos que Jeff Beck obtiene de su guitarra eléctrica son como la banda sonora de una película que todavía no existe, como una tentativa armónica en constante perfeccionamiento. Es que Beck no se deja subordinar: desde siempre –literalmente- ha tenido metidas las manos en los terrenos del blues, en los mandos del jazz, incluso en el auge de la música disco o, recientemente, en los terrenos de lo oriental. No admite formulismos: no es ni una superestrella del rock (en el sentido de que no es, precisamente un ídolo de masas) ni forma parte de ningún movimiento, de ninguna escuela y de ninguna tendencia (lo que sea que esto último signifique). Sin entrar en los lugares comunes de que, por ejemplo, Jeff Beck es el último tal o el más grande o único, la verdad es que es un animal extraño, un ave rara en épocas de uniformidad y estandarización. 

Así, Jeff Beck muta y se despliega con cada tocada, con cada nueva grabación, hacia destinos insondables e infranqueables: en una noche determinada, por ejemplo en el club Ronnie Scott´s de Londres, puede interpretar y mejorar una versión de “A Day in a Life” y unas noches después, posiblemente a miles de kilómetros de distancia, está en capacidad de interpretar (aparentemente por enésima vez) “Goodbye Pork Pie Hat” de una manera totalmente distinta, renovadora, como para que toda su audiencia se saque de una vez el sombrero. Beck parece no repetirse nunca, aparenta, por contra, estar variando constantemente pero sobre una base sólida. Su base de siempre. 



En cuanto a su técnica, referente a lo que lo hace exquisito, único e inigualable, sus críticos y estudiosos coinciden en que se trata del tono. No importa que sea en una Gibson Les Paul o, mucho más, últimamente, en una Fender Stratocaster, buena porción del arte de Jeff Beck está en obtener los sonidos más extraños al tiempo que más delicados, en inventar ruidos que nadie más –y hay gente que se ha esforzado hasta el hartazgo- pueda sacar. Y, claro, hacerlo todo en cinco minutos: en un tema de Jeff Beck pueden coexistir ecos cavernarios, con notas sublimes traídas desde lo más primoroso del blues, con complicadas interpretaciones y estructuras del mundo del jazz. Sí, estructuras, andamiajes, vistas, espacios: la de Beck es música arquitectónica, música de perspectivas, de rasgos y matices. En esto míster Beck se da la mano con Pink Floyd. En lo que tiene que ver con ser único se abraza con Jimi Hendrix aunque, a diferencia de este otro genio, a Jeck Beck es más difícil esculcarle influencias o atribuirle discípulos. Se puede argumentar, son solidez, que nadie toca como Jeff Beck. Ni de cerca. 

Pero volvamos al tono, que para todos sus conocedores parece ser la fórmula de la belleza de su música. Vernon Reid, guitarrista de Living Colour, lo define como:

“…mercurial, cálido, desafiante, mordelón, sin duda suyo. Sutil y tierno, sin dudas, sin ambages brutal y ‘cool’. Si la guitarra es una mujer él es su más ardiente y celoso amante…Escuchando la música que él (Beck) y ella (su guitarra) han hecho juntos con el pasar de los años es como escuchar a dos amantes en una feroz discusión, compartiendo una broma, o darse cuenta de que la pareja del cuarto de al lado en un hotel está haciendo el amor en apasionado frenesí.”



Por eso a sus sesenta y pico de años Jeff Beck puede con sobrada justicia argumentar que es uno de los más monumentales guitarristas de la historia del rock y por muchas razones distintas. Quizá no sea el más llamativo ni el que más discos venda. Definitivamente no es el más popular, pero Beck tiene el currículum y la maestría técnica para rivalizar con quien se le pare enfrente.  A bordo de los Yardbirds, por ejemplo, experimentó con los ecos más profundos, las distorsiones más chirriantes y las amplificaciones más estridentes. Con los Yardbirds, más que nada, Jeff Beck alternó con otros semidioses de la guitarra eléctrica: un tal Eric Clapton y con Jimmy Page, que poco después pasó a formar Led Zeppelin. Clapton, en los años sesenta un maniático del blues, se cambió a las filas de los Bluesbreakers de John Mayall en busca de mayor pureza musical. Jeff Beck decidió seguir su propio camino y encontrar los ruidos más esmerados y los tonos más minuciosos. 

Tiene razón Vernon Reid: Beck es incandescencia, cólera, provocación. 

 Una versión anterior fue publicada en El Comercio, diciembre de 2010.