jueves, 4 de diciembre de 2014

Marías versus Marías

Diego Pérez Ordóñez

Javier Marías contra Javier Marías en el cuadrilátero. O, mejor, Javier Marías sentado frente al espejo, en busca de una imagen que lo ponga al día. Es como si en Así Empieza lo Malo – su más reciente novela- cohabitaran un par de Marías, discordantes y complementarios, dos Marías antagonistas y que al mismo tiempo se precisan el uno al otro.  En una esquina, por así llamarlo, el viejo Marías, el clásico maestro de las novelas en capas, de largas parrafadas y de laberintos tortuosos y ajedrezados. También el Marías de las miradas inoportunas, de los secretos imprudentemente filtrados, de las conversaciones confidenciales, de las indiscreciones, de las revelaciones sorpresivas, de los susurros mano en boca. Claro, el Marías fiduciario de Nabokov, experto en estirar las sábanas de la ficción hasta el infinito, experto en hacerte meter la cara en un pozo de aguas turbias y quietas.  Así, ese Marías tradicional construye ladrillo a ladrillo un puente que eventualmente lo lleve a darse la mano con otro Marías en vías de evolución, con un Marías que lucha por remozarse, por asombrar. Todo un arte de desdoblamiento.

www.josephhaworth.com
Quedan sobre la mesa, entonces, algunas de las razones por las que esta novela es casi monolítica. Y por las que tiene – bajo los criterios que el mismo Marías impone, claro- un argumento relativamente uniforme e incluso una especie de línea del tiempo. Así Empieza lo Malo es el celoso trabajo de arquitectura de un Javier Marías que procura repensarse, que trata de darse a sí mismo una larga y apretada vuelta de tuerca, que indaga en nuevas perspectivas, aunque parado sobre los viejos, conocidos y sólidos cimientos. Un Marías, en resumen, que se anima de vez en cuando a sondear en nuevos terrenos y que a un tiempo quiere agradar.   Parece, de otro lado, una novela que Javier Marías en realidad dictó a una tercera persona y que podría no haber escrito de su puño y letra, es decir no una novela chorreada desde su estilográfica pero sí desde su catálogo: una novela producto del decantar y de la destilación. Y, así, en su afán de conseguir una novela más maciza – y no sé si por ello menos elegante y de no tan intensa obsesión por la prosa- Marías ha violado una de sus propias reglas cardinales, la de no escribir jamás con brújula. Sobre este principio él mismo sentó las bases en 1992:

“Me temo que lo principal es que carezco enteramente de visión de futuro. No sólo no sé lo que quiero escribir, ni a dónde quiero llegar, ni tengo un proyecto narrativo que yo pueda enunciar antes ni después de que mis novelas existan, sino que ni siquiera sé, cuando empiezo una, de qué va a tratar, o lo que va a ocurrir en ella, o quiénes y cuántos serán sus personajes, no digamos cómo terminará.” Por forma que el madrileño, al menos de momento, parece haber adelantado un pie en el bando de los artistas a los que admira: “Son escritores que, por así decirlo, trabajan con mapa, y antes de ponerse en marcha  conocen ya el territorio que deben atravesar: se limitan a recorrerlo, seguros de poseer los medios adecuados para conseguirlo.” (En Errar con Brújula, de Literatura y Fantasma, 2ª. ed., Madrid, Siruela, 1994, págs. 91-92)

En el caso que hoy nos ocupa estamos (al menos a mí no me cabe duda) frente a un Marías que ha escrito una novela quizá sin brújula pero en todo caso con un bien calibrado GPS, una novela menos tupida de lo que se pudiera esperar, que no exige mayores desbroces ni desmoches. Estamos frente a un caso en que el autor –no estoy seguro de que muy a su agrado- te lleva de la mano por las escondrijos, te enseña de dónde proviene la luz, te sugiere el guión de una película en espera de ser filmada (una suerte de guiño de ojo al fotograma). Y estamos, por último, frente a una novela inusualmente política (inusualmente en Marías) que igualmente escruta en las razones y en los armarios del deseo, que mete las narices en la porosidad de la ética. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario