domingo, 2 de marzo de 2014

Así pasan los días: de Gombrowicz a Virginia Woolf


Diego Pérez Ordóñez

Es posible que en los diarios esté plasmada, sin anestesia y sin distorsiones, la fe privada de cada creador. También es posible que en los diarios de los grandes escritores esté el germen mismo de su ficción: es probable que sus apuntes frecuentes nos concedan una especie de asomada de privilegio a la materia prima de la invención. 

Garabatear, en principio para sí mismo, un cortejo con la intimidad pero con el aguijón de mandar los pensamientos y apuntes internos a la imprenta. Parece ser ese el caso, por ejemplo, de Witold Gombrowicz (1904-1969), quien admitía borronear su diario con algo de displicencia, consciente de que en realidad lo escribía con miras al público (“su insinceridad me fatiga… ¿por qué hago como si hablara conmigo mismo?”)El mismo Gombrowicz al que el advenimiento del nazismo dejó, en una suerte de confinamiento literario en Buenos Aires, literalmente sin saber leer ni escribir: la fascinante historia de un hidalgo rural polaco verdaderamente sorprendido por el inicio de la Segunda Guerra Mundial a bordo de un barco transatlántico y que, con una mano adelante y otra atrás, se quedó a vivir en Argentina casi por un cuarto de siglo.

A pesar de sus dudas y de sus mortificaciones a Gombrowicz se lo considera uno de los mayores diaristas del siglo XX, sobre todo porque – como apunta Roberto Frías: “En el mundo de Gombrowicz la masa coquetea con el escritor para que éste se conforme, se calle, no critique, es decir, no ejerza la literatura. Y todo en la más completa soledad. El Diario, visto como un nuevo tipo de novela, sería la historia de una voluntad rebelde y tenaza que logra imponerse en los otros, metáfora gombrowicziana del triunfo literario.” (‘Letras Libres”, edición de noviembre de 2005). Y también a pesar de que su Diario no necesariamente cumpla con los cánones de intimidad, con los códigos de la introspección y de la introversión  y que, del mismo modo, el arte de Gombrowicz resulte inclasificable.  Y sobre todo porque en el Diario está la esencia misma de la idea cardinal de Gombrowicz: el asalto contra el lugar común y contra lo establecido, el cuestionamiento a la categorización de todo lo literario (de hecho, su obra es de las más heterodoxas que se pueda tener a mano). En eso quizá, irónicamente, casi siempre los apuntes de este señor polaco se alejan de lo puramente personal y hurgan en el sentido mismo de la ficción, en los arranques de la literatura.

Fuente: www.culture.pl
También resultan heterodoxos los diarios del poeta José Ángel Valente (1929-2000) regados de referencias a los asuntos de día a día, con glosas sobre otros poetas, artistas y filósofos y apuntes de viaje. “Vemos aquí formarse – acota Sánchez Robayna, el editor- poco a poco el embrión del tal o cual idea, y asistimos en más de un caso a su desarrollo, a su proceso de elaboración intelectual, ya se trate de los principios del estructuralismo, la música de Webern, la tradición de la cábala, las actitudes estéticas de Baudelaire, la noción del exilio en el judaísmo o la poesía de Lautreámont.” (‘Diario Anónimo’, Madrid, Galaxia Gutenberg, 2011, Pág. 10)  Sí, la delicia de los diarios de Valente (que dejó perfectamente clasificados e inéditos) está en su multiplicidad, en que permiten al lector otear en el torrente cultural del poeta: desde citas del aludido Baudelaire (‘El dandy debe aspirar a ser sublime ininterrumpidamente; debe vivir y dormir ante un espejo’) hasta profundas reflexiones sobre las artes:

“El cuadro interesa como versión de la realidad. La relación entre el artista y la realidad es lo que constituye el cuadro. El arte abstracto no da una versión de la realidad, sino que intenta producir por su cuenta una realidad nueva. Pero es justamente el contenido de realidad humanizada (humanamente vista) lo que nos interesa en el cuadro o en el poema. El arte abstracto – todo él- no es ni bueno ni malo sino aburrido como un bostezo perfecto. El artista no trata de interpretar la realidad sino de crear un objeto bello (líneas, colores, planos) como podría producirlo la naturaleza misma. Pero es evidente que, planteado el problema en estos términos, el artista jamás podrá competir con la naturaleza. Es evidente además que la belleza de un cuadro nos conmueve de manera muy distinta a la de la belleza natural.” (‘Diario Anónimo’, pág. 55)

Fuente: www.hoyesarte.com
A Julio Ramón Ribeyro (1929-1994) sus cuadernos de notas lo acompañaron desde la brumosa y arenosa Lima hasta la teatral París, desde la Madrid de los Austrias hasta la a veces triste y casi siempre lluviosa Bruselas. Si los diarios de Gombrowicz y de Valente rastrean en las vecindades de la intimidad, en el sentido de que podrían ser tenidos como memorándums de andar y mirar, los apuntes de Ribeyro son, sin duda, un experimento sobre los cotos de la desolación o, en lenguaje de Pessoa, del desasosiego. Se nota que los diarios del peruano hacen las veces de desfogue y de canilla de escape de su infravalorada obra de cuentista agudo, preciso y a un tiempo melancólico. Es posible, también, que la lectura de las páginas íntimas de Ribeyro arrojen nueva luz sobre sus cuentos, que no dejan de ser introspectivos, como si estuvieran narrados por un amigo.

El magma de los bosquejos del peruano es, sin duda, el abatimiento:

“Estoy inferiormente dotado para la lucha por la existencia. Estos quince días de trabajo en la Casa F. me han aniquilado. El piso frío de la oficina me produjo un resfrío del cual hasta hoy quedan los resabios, y las caminatas hasta las escribanías han hecho recrudecer una antigua almorrana. No puedo pasearme, ni echarme a dormir, ni comer lo que me agrada. Flaco, demacrado, irascible, estos días me han parecido horribles. Y me han revelado que para la actividad y las cosas prácticas soy hombre perdido. Con una naturaleza enfermiza, yo debería moverme lo menos posible y resignarme a alcanzar prestigio en pequeñas cosas espirituales que pueda hacer con paciencia y gusto, tranquilamente instalado en mi hogar, sin derroche de energías.” (‘La Tentación del Fracaso’, Barcelona, Seix-Barral, 2003, Pág. 7)

En sus diarios Ribeyro, siempre flaco, a menudo carente de estima y de empuje, nos quiere dar la idea de que se enfrenta a últimas y definitivas oportunidades, de que no hay alternativa sino para el desengaño puro y duro:   “He perdido contacto desde hace tiempo con mi yo creador y sido despedido por alguna fuerza centrípeta o movimiento ondulatorio hacia una tierra desierta donde no encuentro ni ánimo ni recursos para escribir ni inventar. ¿Cuál es la causa? ¿cuál la coyuntura? Lo ignoro, pero creo en todo caso que debo buscar otro campo por donde tirar mi arado. Europa, Francia, París, Place Falguière, son ya diez años de repetición de los mismos movimientos físicos y mentales y de observación, desde el mismo minúsculo mirador. Sé lo que me conviene ahora, cambiar de ubicación y por ende de disposición.” (‘La Tentación del Fracaso’, Pág. 654)

Y en la misma línea de penetración y de frontalidad están los diarios de Virginia Woolf, sobre todo los de 1925-1930, testigos de sus rutinas y de sus evocaciones: “Así pasan los días, y me pregunto a veces si no está uno hipnotizado, como un niño por una esfera plateada, por la vida; y si esto es vivir. Es muy rápido, brillante, excitante. Pero superficial, quizás. Me gustaría coger  la esfera con las manos y tocarla tranquilamente, redonda, suave, pesada. Y sostenerla de este modo día tras día. Leeré a Proust, creo. Iré hacia atrás y hacia adelante.” (‘Diarios. 1925-1930, Madrid, Siruela, 2003, Pág. 184)

Asentar en un cuaderno el desfilar y la impresión de los días, como arranque de otros asuntos igual de importantes: una ventana al laboratorio de las grandes mentes de la literatura. 

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