sábado, 3 de agosto de 2013

Las mil vidas de Casanova



Diego Pérez Ordóñez

Apenas mencionar a Giacomo Casanova (1725-1798) causa partición de opiniones. Para muchos su nombre es casi un sinónimo de frivolidad y de libertinaje: escasamente un amante indiscreto y contumaz, poco más que un charlatán. Pero lejos de su trillada imagen de aventurero y libre-fornicador, en la vida de Casanova– que en realidad parecen mil vidas- se funden muchas de las características del hombre ilustrado: el memorialista, el viajero, el hombre educado a sí mismo, el diletante y el conversador de salón. También se puede alegar que Casanova reproduce con fidelidad el siglo XVIII, los tortuosos viajes en carroza, los pomposos palacios, las discusiones filosóficas, los modales de corte, los primeros pasos de la gastronomía organizada. 

Pero si cedemos por unos segundos a su leyenda como amante tenemos que mencionar su facha. Uno de los agentes de la inquisición veneciana, que lo persiguió hasta ponerlo tras las rejas, lo describió de la siguiente manera:

“Va y viene a todas partes, con una cara franca y la cabeza en alto, bien vestido. Es un hombre de unos 40 años como máximo, buen mozo de aspecto saludable y vigoroso, de piel muy morena y ojos vivaces. Lleva una peluca corta de color castaño. Por lo que me han contado, tiene un carácter descarado y despectivo. Pero sobre todo, tiene mucha labia y, por consiguiente, es ingenioso e instruido.” 

Fuente: www.kamprint.com
 
Por eso Casanova está siempre a caballo entre la realidad y la ficción: su mismo nombre evoca mito, viajes, salones literarios, góndolas y antifaces, capas y espadas, episodios galantes y huidas apuradas. Está claro que Casanova tiene un pie en cada mundo, un día puede estar viajando a París, al día siguiente visitando a Voltaire o alquilando alojamiento en Londres para tramar cómo ganarse la vida. Casanova siempre empieza de nuevo, se reinventa, él mismo es una obra de reingeniería. Desde sus flirteos con la cábala y con la magia negra, hasta sus lecturas de Rousseau, y sus últimos días de bibliotecario en un castillo, papel y pluma en mano, a cargo de escribir sus evocaciones. 

Es que como memorialista el veneciano difícilmente puede ser igualado: su prosa es frontal y cómoda, su actitud es confiada. En análisis de Tierno Galván, las ‘Memorias’ de Casanova no pueden caer en la categoría de confesión, ya que “Casanova no huye de sí; al contrario, está satisfecho de sí mismo. Incluso el ingrediente de vanidad es menor en estos casos. Casanova no es un vanidoso, admite derrotas que en el plano espiritual los autores de confesiones niegan o disimulan.” (“Acotaciones a la Historia de la Cultura Occidental en la Edad Moderna”, Madrid, Tecnos, 1964, Pág. 131) ¿Quién compite con Casanova en este campo? Quizá, y guardando las distancias de lado y lado, el vizconde de Chateaubriand (se me ocurre). 

Fuente: www.flickr.com
Pero hay otros menos comentaristas menos generosos, como Stefan Zweig, cuyo retrato del veneciano es despiadado: 

Dentro de la literatura universal, Casanova figura como un caso excepcional, un caso fortuito y único, y ello se debe, sobre todo, a que ese famoso charlatán ha entrado de un modo tan ilegítimo en el panteón del espíritu creador como Poncio Pilatos en el Credo. Porque su abolengo poético no es menos volátil que aquel título de caballero de Seingalt, entresacado del alfabeto con absoluto descaro; y porque sus pocos versos, improvisados con prisa en honor de alguna damisela, en el trayecto entre la cama y la mesa de juego, huelen a almizcle y a engrudo académico, y cuando el bueno de Giacomo empieza a filosofar, haríamos bien en apretar las mandíbulas para evitar la convulsión del bostezo.” (“Tres Poetas de sus Vidas. Casanova, Stendhal, Tolstói”, Planeta, Barcelona, 2008, Pág. 29)
 
Pero si siempre divide opiniones, no hay duda de que Casanova es también Venecia, sus canales no siempre limpios, las suntuosas mansiones acuáticas, las sinuosas calles, los excesos carnavalescos. Y si fuera necesario nombrar un abogado para Casanova, alguien que fundamente sus tesis, sería el esteta húngaro Miklós Szentkuthy. Fragmentos, entonces, del alegato pro-Casanova: 

Lo más admirable de Casanova es su absoluta seguridad a la hora de definir los rasgos característicos del amor (no del amor ideal, sino del amor posible, ‘el menos malo entre todos’)…Una condición especial para el amor es el vagabundeo, el llegar de un palazzo a otro, de un lupanar a otro, del seminario a la cárcel, del camarote del barco al harén, del parque al dormitorio de una criada, de los aposentos a la noche veneciana, un constante ir y venir, un eterno ‘llegar’; esta incesante metamorfosis de lugares y decorados es la esencia del amor.” (Miklós Szentkuthy, “A Propósito de Casanova”, Madrid, Siruela, 2002, Págs. 51-52)

Y, claro, como hablar de Casanova casi siempre lleva a Venecia (ya lo dije), la ciudad de las callejuelas y de las ventanas como vitrinas: 

Casanova no habla de Venecia, puesto que Venecia lo es todo. Es necesario expresarlo aquí mismo de forma tajante: Venecia es un dogma cardinal, una realidad inapelable, la única cosa que subsiste tras el desmoronamiento final, la única cosa por la que vale la pena vivir eternamente…Venecia no es un trasfondo para el amor. Venecia es el amor mismo. El amor de Malipiero está marcado por el hecho de que las calles de Venecia son estrechísimas y de que las ventanas son enormes, así que él puede ver a su amada con una total comodidad mística…puede contemplarla en su casa, en su cama, puede ver hasta el plato de sopa que se está comiendo, puede ver hasta la palangana en la que se está lavando.” (Miklós Szentkuthy, “A Propósito de Casanova”, Madrid, Siruela, 2002, Pág. 53)

www.amorestvitae.blogspot.com .com
En abundamiento, para Marina Pino la relación entre Casanova y Venecia es la de una madre o madrastra y su hijo sedicioso y prófugo, una ciudad colmada de teatros y carnavales: “Jugar, fornicar y asistir al teatro era el derecho de los ciudadanos. De los asuntos políticos, religiosos y de buena policía se ocupaban los nobles y sus domésticos. Un número incontable de espías mal pagados y un temible Santo Oficio no impedían ser feliz en la República Serenísima. Casanova fue feliz por lo menos hasta los treinta años. Hasta esa edad Venecia forjó su carácter.” (En el prólogo de Casanova, Giacomo, “Aventuras en Venecia”, Girona, Atalanta, 2011)
 
Al menos yo, me quedo con el Casanova ilustrado, con el evocador de memorias, con el viajero.


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