lunes, 24 de diciembre de 2012

Espléndido aislamiento: Lampedusa en su biblioteca



Diego Pérez Ordóñez

El príncipe siciliano Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957) cumplió con el deseo de muchos: bloquear y lograr ignorar casi por completo el mundo exterior, bucear únicamente en su propia y magnífica biblioteca, dirigirle la palabra apenas a un puñado de contertulios de interés y dedicar su vida a la literatura. En suma, vivir en estado de encierro literario, a su propio aire.

Aunque la existencia contemplativa de esta patricio fue interrumpida por eventos fuera de su control –tuvo que servir a Italia en la Primera Guerra Mundial, los aliados bombardearon y destruyeron su palacio en la Segunda Guerra y le tocó ser un fin de raza de rentas decrecientes- Lampedusa encontró modos de consagrar horas y horas a la ociosa lectura, a comprar cantidades obscenas de libros, a diseccionar palabras y frases, a fichar las ideas que consideraba fundamentales y a dar vueltas por Palermo y Londres a la busca de ediciones raras. Así este señor logró acumular una sabiduría que luego atesoró en su único libro formal, que resultó ser una obra maestra. 

Es que la existencia de Lampedusa no habría pasado de ser una anécdota de un excéntrico aristócrata si, casi al final de los días y amenazado por un enfisema pulmonar que luego se hizo cáncer, no tomaba la decisión de salir de su sureño letargo y escribir una de las novelas más importantes del siglo XX: El Gatopardo. Modelo del anacronismo más exquisito, El Gatopardo resultó un verdadero ensayo respecto de la indolencia siciliana, del desenlace de una casta ilustre, del irremediable advenimiento de la modernidad y de la preparación para la muerte, a la vez que se trata de un modelo de prosa deliciosa y de refinada técnica literaria. El crítico Edward Said, a propósito de esta obra, opina que “En apariencia, la novela de Lampedusa no es una obra experimental. Su principal innovación técnica es que el hilo argumental está compuesto de forma discontinua, como una serie de fragmentos o episodios relativamente discretos pero bien hilvanados, cada uno de los cuales está organizado en torno a una fecha…(“Sobre el Estilo Tardío. Música y Literatura a Contracorriente.”, Bogotá, Debate, 2009, Pág. 136)

  
El desdén patricio

Al parecer el estilo pasivo de Lampedusa respondía a un ancestral desprecio de clan por los símbolos de lo mundano y de lo material, por los avatares de la rutina diaria. De acuerdo con Beccacece “A lo largo de la historia familiar, los Tomasi di Lampedusa conservaron un rasgo de espíritu que habría de culminar en el novelista: desdeñaban los símbolos mundanos de la vanidad.” (Beccacece, Hugo, “La Pereza del Príncipe”, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1994, Pág. 13)  Su impavidez, como les decía, solamente se veía interrumpida por aquello que no podía controlar, como cuando la aviación aliada cañoneó Palermo en 1943 y echó por tierra casi por completo el palacio Lampedusa, salvo, predestinadamente, su espléndida biblioteca. Su más importante biógrafo, David Gilmour, cuenta que durante sus incursiones con fines investigativos a Sicilia (en los años ochenta) logró distraer a los policías locales una madrugada y entró, por unas rendijas, al viejo palacio en ruinas y se encontró con la biblioteca devastada:

“Jirones andrajosos de terciopelo verde yacían entre trozos de cornisa y grandes pedazos de yeso; del montón de muelles oxidados de una silla sobresalía un quitasol descolorido. Bajo los cascotes, páginas desperdigadas de los autores favoritos de Lampedusa se mezclaban con los restos de fichero de su biblioteca: tarjetas quemadas y comidas por los insectos que llevaban los nombres de Shakespeare, Dickens y otros. Enterrados entre ellas, encontré unos cuantos documentos personales más: fotografías, correspondencia de sus antepasados, papeles con su propia letra, cartas de su madre que atestiguaban lo estrecha que era su relación.” (“El Último Gatopardo. Vida de Giuseppe di Lampedusa.”, Madrid, Siruela, 1994, Pág. 17)

La biblioteca del palazzo Lanza Tomasi
 

También añade Gilmour que los entusiastas del mundo Lampedusa, cuando visitan Sicilia corren el riesgo, como él, de encontrar una serie de edificios desolados, jardines desatendidos y la inevitable invasión de cemento y urbanismo agresivo y descontrolado. De modo que la galaxia literaria de este siciliano palpita en su solitaria novela, es sus horas de destierro frente a la página leída y en el último esfuerzo por acabar una novela que vivía en su memoria.

Volcado a los libros

Una vez superados los sucesos de la guerra, Lampedusa pudo volver a sus rutinas literarias (en una casa alquilada, gran descenso social para un príncipe de la sangre) en compañía de su mujer, Licy, una destacada sicoanalista, algo seca y teutónica para los gustos sicilianos. Aunque tenían estilos de vida distintos – Licy, por ejemplo, se despertaba a mediodía y atendía a sus pacientes por la tarde- cenaban juntos y comentaban las páginas y los autores que los habían alucinado durante las lecturas diarias.  Al día siguiente, temprano, el príncipe salía a circular por las calles de Palermo, rastreaba y hacía incursiones en las librerías en pos de ediciones agotadas o de interés, desayunaba generosamente y esperaba a sus compañeros de tertulia en el café Calfish. Se supone que, fiel a su filosofía del menosprecio, Lampedusa casis siempre se limitaba a escuchar las discusiones literarias en un silencio apenas interrumpido por algún monosílabo o por gestos muy leves. Sin embargo, el mutismo del príncipe se convertía en entusiasmo cuando llegaban a la conversación los jóvenes, en particular su sobrino Gioachinno Lanza (a quien Luchino Visconti hizo un personaje menor en la escena del baile de la generosa adaptación cinematográfica de su novela) “De pronto el príncipe se transformaba: era un ser fascinante, desorbitante de ocurrencias, ingenioso, con sentido de la réplica. En contacto con la juventud, Lampedusa revelaba una personalidad hasta entonces desconocida, la que dio origen a El Gatopardo.” (Beccacece, “La Pereza…” Pág. 24)

No hay apuro, Giuseppe.


Los entusiasmos de Lampedusa con la juventud – el solitario lector veterano había encontrado un grupo de discípulos- produjeron una importante variación de sus prácticas cotidianas. Su sobrino Lanza y un amigo, Francesco Agnello, lograron visitarlo para conversar de literatura y de historia y las visitas se convirtieron en clases de literatura: por fin la erudición del príncipe encontró fines prácticos. Su pereza magnífica dio resultados y Lampedusa organizó esas charlas con sus jóvenes amigos de una forma sistemática (por ejemplo, literatura inglesa autor por autor o clasificación de autores franceses), pero siempre con énfasis en el placer estético que cada literatura y que cada escritor le habían dado en el pasado. Otro de los pupilos de Lampedusa, Franceso Orlando, revela que:

“La literatura fue la gran ocupación y consolación de este noble que no sé por cuáles enredos patrimoniales se había apartado tanto de toda vida mundana y de toda función práctica, y que estaba reducido a vivir aislado, sin otro lujo que enormes gastos en libros, sobre todo en esas ediciones de la Pléiade, que adoraba y tenía siempre a la mano…La literatura era para él una fuente perpetua de curiosidad, de alegría y diversión.”
(Citado por Héctor Abad Faciolince en “A Propósito de Giuseppe Tomasi di Lampedusa y su obra.”, Bogotá, Norma, 1992, Pág. 30)  Para Abad el anacronismo de Lampedusa era un verdadero privilegio que no debe entenderse en sentido despectivo. Este anacronismo le sirvió al príncipe para mirar las cosas desde lejos, de acuerdo con su propia perspectiva, desde su particular punto de vista siciliano (tan afín a la flojera, a la querencia y a la espera de la muerte). Continúa el autor colombiano “El príncipe de Lampedusa no tuvo, por supuesto, ningún oficio mercantil o lucrativo, ningún negocio; sólo un ocio beato, aristocrático, consistente en innumerables lecturas, paseos y un radical apartamiento del mundo.” (Abad Faciolince, “A Propósito de Giuseppe....”, Pág. 31)

Palermo del viejo régimen


De acuerdo con Gilmour, tres años antes de su muerte Lampedusa había anotado: “Soy una persona que está muy sola; de mis dieciséis horas de vigilia cotidiana, al menos diez las paso en soledad. Y no presumo, al fin y al cabo, de leer todo el rato, me divierto construyendo teorías…(Gilmour, “El Último…”, Pág. 119) Según su mujer, el viejo príncipe nunca salía de su casa sin un ejemplar de Shakespeare a la mano “para poder consolarse si veía algo desagradable.” (Anécdota también recogida por Javier Marías en “Vidas Escritas”, 4ª ed.,  Madrid, Siruela, 1992, Págs. 39-44) Es que el amor de Lampedusa por Shakespeare es ilimitado al punto que lo llamó “el más glorioso de la humanidad” y calificó varios de sus sonetos como descripciones “de absoluta belleza”, “una incomparable joya”, “una luminosa sensación matutina que anticipa a Monet” en sus ensayos sobre el dramaturgo inglés.

Después de consagrar medio siglo al placer de la lectura, en algo menos de un año y con precipitación inversamente proporcional a su comodidad principesca, el cáncer se le desperdigó desde los pulmones: Lampedusa recibió la mala noticia de que una editorial se negaba a publicar su novela y murió mientras dormía, a los sesenta años. Ocho meses después de la muerte del erudito siciliano, la editorial Feltrinelli decidió – un poco tarde- publicar El Gatopardo. Puesto en la carne de don Fabrizio “Hace decenios que sentía cómo el fluido vital, la facultad de existir, la vida en suma, y acaso también la facultad de continuar viviendo, iban saliendo de él lenta pero continuamente, como los granitos se amontonan y desfilan uno tras otro, sin prisa pero sin detenerse ante el estrecho orificio del reloj de arena.”





No hay comentarios:

Publicar un comentario