Diego
Pérez Ordóñez
Dark
Side of the Moon (1973) es un universo en el que ocurren
muchas cosas al mismo tiempo. Es Pink Floyd en su magnificencia. Es el tándem
Waters/Gilmour operando a las mil maravillas. Es un disco suntuoso, poblado de
ruidos desquiciantes, de voces extrañas, de estruendos y de planificados silencios.
Es una obra en la que cohabitan las razones de la locura con los trasvases de una
época. Es un símbolo de una era, que ha terminado por trasponer las líneas
divisorias de las décadas, de las modas, de los fulgores. Lo anterior es apenas
parte de aquello que vuelve a este disco atemporal, resistente a la incitación
de lo transitorio.
Pongamos
las cosas en contexto
El de 1973 debe haber sido un año importante,
un año de quiebre. Desde Londres Camel hacía densos experimentos y piruetas con
el rock sinfónico-progresivo. Desde el pastoso sur profundo de los Estados
Unidos los Allman Brothers trataban de seguir adelante sin su guitarrista
prodigio (Duane Allman), muerto en un accidente de moto. Marc Bolan y los T-Rex
buscaban las fronteras entre la música y las candilejas, al tiempo que le daban
energía al “glam rock”, del que ahora se nutre por ejemplo Lady Gaga. El inmortal
David Bowie ponía más que una pizca de estética andrógina con “Aladdin Sane”,
uno de los más reconocidos discos de todos los tiempos. Al mismo tiempo Yes
indagaba en las demarcaciones del virtuosismo –a veces lindante con la neurastenia-
en “Yes Songs”, coqueteaba con lo clásico y exhibía las probidades de Bill
Bruford y Rick Wakeman. Un tal Bruce
Springsteen asentaba los primeros ladrillos del rock proletario y a un tiempo
épico (a los gringos les gusta llamarlo de cuello azul) desde la deprimida New
Jersey con “The Wild, the Innocent & the E Street Shuffle”. Genesis (el
viejo, verdadero y artístico Genesis de Peter Gabriel) tanteaba los contornos
de la delicadeza y de la complejidad en “Selling England by the Pound”, al
tiempo que Elton John coronaba tempranamente su carrera con “Goodbye Yellow
Brick Road”, su álbum más complejo, más acabado y más detalloso: en ese
entonces un doble vinilo que abría con la desgarradora y furiosa “Funeral for a
Friend/Love Lies Bleeding”, un estándar que el pianista nunca jamás logró
igualar. The Who traspasaba la velocidad del sonido con “Quadrophenia”, a los
lomos de la magnífica voz de Roger Daltrey (menospreciado incluso hoy, a pesar
de ser uno de los grandes vocalistas de todos los tiempos) y del bullicio de
Pete Townshend. Mientras todo eso pasaba los Byrds inventaban una variante del
rock campestre, que luego le dio combustible y razón de existencia a Tom Petty
y, desde la cenagosa Texas, ZZ Top reciclaba la herencia de John Lee Hooker en
“Tres Hombres”, quizá su disco más célebre.
En el mundo real un Elvis Presley que ya
rodaba la pendiente de la decadencia daba un concierto en Hawái, Ferdinand
Marcos se convertía en presidente vitalicio de Filipinas, el infame Richard
Nixon empezaba su segundo mandato y enfrentaba el escándalo de Watergate, la
Corte Suprema de Estados Unidos le daba carácter de derecho al aborto en Roe v. Wade, israelíes, sirios y
egipcios se enfrentaban en la guerra de Yom Kippur y el general Pinochet se
hacía del poder en Chile tras un golpe de Estado.
Lo que quiero argumentar es que Dark Side of the Moon es el disco del
“poshippismo” por excelencia, del choque de frente con la realidad, con la
realidad del dinero, con la realidad del apuro, con la realidad de la política,
con la realidad de la enajenación, con la realidad de los contratos con las
casas discográficas, con la realidad de la inminencia de la muerte, con la
realidad de la fama. Dark Side of the
Moon es el punto de quiebre con el amor ingenuo y cándido, con la paz que
nunca va a llegar, con el inexistente poder de las flores. Es una especie de
baldazo de agua fría en la cabeza de la sociedad que se reunió en Woodstock en
1969, que aterrizó en la luna y que soñaba con un mundo mejor. Es que este
acetato de Pink Floyd, por contra, es un alegato a favor de la realidad más
cruda, de los ingredientes que llevan a la demencia, de la proximidad de un
fin.
Aquí
viene la disección
Pero argüir que Dark Side es un disco de quiebre (de la cándida sociedad hippie a
la pragmática sociedad después de Vietnam) no basta. Tampoco es suficiente
tratar de fundamentar que, en lo artístico, este álbum también se desvió de los
valores más elementales del rock de los años sesenta: parcialmente de la
simbiosis con el blues (notable en bandas como Led Zeppelin o los Stones), de
la sospechosa alegría “catch all” de los Beatles o de las ínfulas operáticas de
The Who. Para Pink Floyd Dark Side también
significó un importante giro copernicano en lo conceptual: olvidar la nebulosidad
y la sicodelia de discos como “Ummagumma”, o la complejidad de “Atom Heart
Mother” (el de la portada de la vaca) para dejar en el camino a Syd Barrett (el
anterior vocalista que, fundamentalmente, se recoció al cerebro con drogas). Dark Side significa, pues, la puerta de
entrada a toda la excelsitud floydeana: las letras ensimismadas pero con
frecuencia deprimentes de Roger Waters, de la mano del magisterio en guitarra
eléctrica de David Gilmour. Incluso hoy, cuando la banda está en los archivos
desde hace rato, la añoranza de Floyd, aunque no sea explícita, suele dividirse
entre la escuela de la angustia de Waters y la parsimoniosa doctrina bluesera
de Gilmour. Pero no subestimemos a
Richard Wright y a Nick Mason, las otras dos patas de la estructura clásica de
Pink Floyd, de la banda en su más primorosa plenitud.
Creo que la gracia magistral del Dark Side empieza porque es una obra de
arte de verdad, no meramente una colección de canciones. Su consonancia
descansa en el hecho de que estamos –desde 1973- frente a un disco largo,
unificado y continuo. Es que no admite, supongo, ser escuchado por pedazos: es
un concepto monolítico y duradero. El enganche de “Speak to Me/Breathe” -
plácido hasta el hechizo- termina por darle sentido a “Brain Damage” y a
“Eclipse” en la forma de un camino que lleva con certeza hasta la alucinación amable.
La continuidad (otra vez, una de las claves más cardinales del disco) nos lleva
a alternar entre los silencios más primorosos (como el que preside y tutela a
“Us and Them”, con su perdurable solo de saxofón) y los estruendos más
llamativos, como las arrebatadoras cajas registradoras de “Money” o los
invasivos relojes de “Time”. Así, a momentos, Dark Side causa un efecto de montaña rusa, de furiosas bajadas
combinadas con ciertos oasis de estabilidad. Es este encadenamiento lo que le
otorga carácter episódico a cada canción: por ejemplo, “Speak to Me/Breathe”
como exordios de “Time”:
Hanging
on in quiet desperation is the English way
The
time is gone the song is over, thought I´d something more to say
Para muchos “Time” y “Money” son el centro
neurálgico del disco. Quienes piensan así sostienen que, al ser Dark Side of the Moon un disco respecto
de la locura ambas canciones lidian con dos conceptos relativamente nuevos en
1973, como el apuro, la necesidad de aprovechar ventajosamente el tiempo, y el
valor del dinero. A mí me parece que el tema central del disco es “The Great
Gig in the Sky”, que en la versión original del disco en vinil actuaba como una
especie de divisor de aguas entre el primer lado y el segundo. “The Great Gig”
fragmenta claramente al álbum entre la relativa certidumbre de sus temas
iniciales y la deriva frontal hacia la chifladura de la parte final. Funciona
como una variedad de himno a la muerte, cantado en improvisación y desgarro por
Clare Torry, pero precedido por la suavidad del piano de Richard Wright y por
la tocada voz del portero de los estudios de Abbey Road, reclutado para efectos
de verosimilitud: “And I am not afraid of
dying, any time will do I don´t mind.” Parece que fue grabada casi sin querer, de
modo experimental y que la Torry casi ofreció disculpas luego de la sesión.
Pero ni siquiera este entreacto fúnebre logra
desgajar ese aire majestuoso y pulido del disco, el unificado flujo y la
consonancia que lo conducen desde el primer momento. Fíjense en que, quizá con
afán de cierta teatralidad, los discos de Pink Floyd suelen tener un gran tema
inicial a modo de telón: “Shine on you Crazy Diamond” o “One of These Days”. La
clave de Dark Side descansa en su secuencia, en su carácter de
empresa musical, en su forma de creación en la que coexisten varios mundos. Solo
así se explica su perpetuidad, su pertinencia por generaciones.
Estimado Diego: Pensaría que el año 73 es de una fina cosecha en cuanto a música no popular se refiere. Dark Side Of The Moon, Selling England By The Pounds, Camel y Larks Tongues In Aspic son obras descomunales del género. Incluso para ser más preciso, según he leído, en el 73 Yes empezó a construir su obra maestra: Las Puertas del Delirio.
ResponderEliminarSaludos