viernes, 26 de abril de 2013

Caleidoscopio en miniatura (Sobre El Jardín de Senderos que se Bifurcan)


Diego Pérez Ordóñez

En su célebre entrevista con la Paris Review William Faulkner le sugirió a la gente que se quejaba de que no entendía su obra, tras dos o tres lecturas, que haga un intento por leerla una cuarta vez. Si dejamos de lado la exquisita y penetrante arrogancia faulkneriana tenemos que admitir que la lectura de “El Jardín de Senderos que se Bifurcan” de Jorge Luis Borges (1899-1986) exige y amerita lecturas y relecturas, demanda tomar notas, hacer descansos, dar vueltas por el cuarto a la busca de oxigenación para luego retomar la tarea. Es que en apenas algo más de diez páginas Borges se dio modos de crear mundos paralelos que a veces pueden superponerse, de tender los planos arquitectónicos de indescifrables laberintos con ínfulas de eternidad, de jugar a los dados con la aparente unidad del tiempo para proponerse crear fisuras, causar filtraciones e intercalar narradores. Está claro que lo de Borges –su marca registrada, su mínimo común denominador- por llamarlo de algún modo es la invención de ramificaciones.

La trama y los desenlaces

Al final del día la trama de “El Jardín” cobra segundo plano en comparación con sus efectos colaterales, en comparación con las esquirlas y limaduras que arroja la lectura del cuento. Es probable que para Borges su corta narración (incluida en la colección de “Ficciones”) que él mismo calificó de “policial” y en la que advirtió con un guiño que “sus lectores asistirán a la ejecución y a todos los preliminares de un crimen, cuyo propósito no ignoran pero que no comprenderán, me parece, hasta el último párrafo” haya sido una excusa para poner en práctica sus ahora conocidos artificios y gimnasias literarias. 

Fuente: www.xaxor.com
A primeras trazas el cuento consiste en la historia de Yu Tsun, un espía chino que trabaja para los alemanes durante la Primera Guerra Mundial y que ha sido descubierto por el enemigo inglés, en especial por el capitán Richard Madden, un agente particularmente eficaz y preciso (de “rostro acaballado”). El objetivo de Yu Tsun es escapar de Madden y en el proceso hacerles saber a sus jefes alemanes el nombre y la localización de un parque de artillería británico sobre el Ancre. El espía chino debe encontrar modos de transmitir esta información a sus empleadores imperiales, al tiempo que procura salvar su propia vida. Con este plan en mente viaja a Ashgrove, cerca de Londres, para buscar al doctor Stephen Albert, un sinólogo. Acá empieza el juego de espejos, los caprichos de Dédalo: es que Albert está obsesionado con desentrañar los embrollos de El Jardín de Senderos que se Bifurcan, una novela escrita por Ts´ui Pên, antepasado de Yu Tsun. Éste último, aunque interesado en las revelaciones de Albert, tiene que matarlo antes de que Madden lo mate a él. El lugar donde descansa la artillería británica se llama Albert, por forma que cuando Yu Tsun le descerraja un tiro a su contertulio –su pistola tiene una sola bala- cumple con transmitirle la valiosa información a los alemanes. (Desde ahora voy a manejar la versión del cuento que está en “Cuentos Completos”, Bogotá, Lumen, 2011, Págs. 146-157)

La masa del témpano

Hay que reconocer que Borges no mintió del todo: la historia sí es policial, sí tiene tensión, si tiene un componente de intriga y de espionaje. Pero al mismo tiempo hay que convenir en que la trama de espías es la punta del iceberg y que el mar de fondo está en las distintas capas que el argentino, a modo de filigrana, construyó para sus lectores. Si bien la rivalidad entre el espía chino y el agente inglés es de interés, en el sentido en que Juan Benet caracteriza la duplicidad del espionaje, las claves están en otra parte:

“Por eso decía al principio que el espía son dos; como el matrimonio; una actividad llevada a cabo por una pareja: un espía que procede del campo adversario y un traidor salido del campo propio que – no necesariamente por dinero- rompe en secreto el juramento de fidelidad a su rey, a su constitución o a su pueblo, vende su alma al diablo y pasa a colaborar con aquél por el triunfo de unos ideales o unos principios muy distintos de aquellos en los que se formó. Las diferencias entre los dos personajes que forman la pareja son de todo orden: profesional, social, moral y psicológico. Dejando de lado su posible compenetración y cierta comunidad de intereses y, posiblemente, de ideas, lo cierto es que ambos personajes, en cuanto figuras tópicas, no se parecen en nada y nada comparten excepto las particularidades de su colaboración. Es el matrimonio de dos seres que no pueden ser más distintos.”  (“Sobre la Necesidad de la Traición” en “La Construcción de la Torre de Babel”, Madrid, Siruela, 1990, Pág. 74)

Varias voces, distintas perspectivas

Así que el interés inicial de “El Jardín” de Borges está en la multiplicidad de puntos de vista: es acá cuando empieza a funcionar el juego borgeano de espejos, la entrada originaria al laberinto. La primera perspectiva del cuento está en la página 242 de la “Historia de la Guerra Europea” de Liddell Hart (de verdad, un historiador militar) de la que se concluye que una ofensiva británica de trece divisiones y mil cuatrocientas piezas de artillería fue inicialmente planeada para el 24 de julio de 1916 y que debió postergarse para la mañana del 29 de julio. De acuerdo con Liddell Hart la demora, en flema inglesa es “nada significativa, por cierto” y producto de las lluvias. Este es el primer filtro, el punto de partida de la teoría de los caleidoscopios: un libro de historia militar, un posible ataque inglés. Sin embargo, y casi sin beneficio de inventario, la fuente principal del cuento es la “siguiente declaración, dictada, releída y firmada por el doctor Yu Tsun, antiguo catedrático de inglés en la Hochschule de Tsingtao [que] arroja una insospechada luz sobre el caso”. A la declaración, para nublar la vista supongo, le faltan las primera dos páginas. 

Fuente: Labyrinthos.net
En relación con todo lo anterior para Josefina Pantoja Meléndez, de la Universidad Autónoma de México:

“Yu Tsun narra la historia antes de morir ahorcado y la transcribe un narrador- editor que sólo aparece en la nota de pie de página del preámbulo del cuento. La narración de Yu Tsun es un documento legal en manos de autoridades inglesas y debemos suponer que Yu Tsun –ahora reo de muerte condenado por el asesinato de Stephen Albert- no tiene idea del destino que corre su declaración ‘dictada, releída y firmada’. Además hay que añadir que la trascripción de la declaración tal como la presenta el narrador viene a ser como un comentario o corrección de lo consignado por el historiador Liddell Hart en su obra Historia de la Guerra Europea, donde se relatan las maniobras militares en las que desempeñó un papel importante el bombardeo de Albert. La estructura del cuento nos remite a una especie de círculo concéntrico de narradores que enuncian el relato, una especie de juego narrativo de cajas chinas.” (“El Tiempo en un Cuento de Borges: ‘El Jardín de Senderos que se Bifurcan”, en “Thémata. Revista de Filosofía”, Sevilla, Número 45, 2012, Pág. 307)

Es esa la inaugural superposición: la versión académica de un libro de historia militar, aparentemente objetiva, a primera vista neutral, que contrasta con el posiblemente arrancado testimonio del espía chino, casi necesariamente torcido (el testimonio), con sospechas de haber sido arrancado por fuerzas y amenazas (quizá por eso Borges pone énfasis en la formalidad legal de que la declaración fue dictada, releída y firmada). Son, en el fondo, distintas versiones del mismo hecho: la muerte del doctor Albert con el objetivo de dar noticias a los alemanes, de advertirles respecto de la localización militar inglesa. Lo que Steiner señala respecto de que “Borges sencillamente reagrupa fragmentos de la realidad para formar otros mundos posibles. Cuando se desplaza, por medio de ecos y juegos de palabras, de una lengua a otra, Borges está dando vueltas al calidoscopio, está iluminando otro sector del muro.” (“Los Tigres en el Espejo”, en “Extraterritorial”, Madrid, Siruela, 2002, Pág. 43)

Cualquier tiempo fragmentado fue mejor

Luego, claro, viene el segundo tema: el tiempo, su aparente relatividad, los intentos de Borges por fragmentarlo, por crearle rendijas y quiebres, por apelar de su carácter de absoluto.  Yu Tsun rumia: “Después reflexioné que todas las cosas le suceden uno precisamente, precisamente ahora. Siglos de siglos y sólo en el presente ocurren los hechos; innumerables hombres en el aire, en la tierra y el mar, y todo lo que realmente pasa me pasa a mí…”  Los siglos de los siglos, es decir lo inmemorial, los hechos que ocurren en el presente, lo que le pasa a él, las dimensiones del tiempo.  Y dentro del segundo tema, en una especie de efecto de matrioskas, está el tema de la novela escrita por Ts ‘ui Pên, un libro con el objetivo de convertirse en infinito, un libro que dispute los estándares del tiempo. Albert, el sinólogo, lo concibe como “un volumen cíclico, circular”, un libro cuya primera página sea igual que la última, de modo que pueda continuar hasta el infinito de forma incesante e invariable, de modo que al sinólogo le “sugirió la imagen de la bifurcación del tiempo, no en el espacio.”

Fuente: www.monografias.com
 En el libro de Ts ‘ui Pên –quien, por añadidura, es antepasado de Yu Tsun- se crean distintos porvenires, ramificaciones del tiempo que, en palabras borgeanas, proliferan y se bifurcan. Por forma que nos enfrentamos a una novela contradictoria, con diversas tramas, con resultados diferentes, aparentemente sin salida, circular e inmortal: “En la obra de Ts ‘ui Pên, todos los desenlaces ocurren; cada uno es el punto de partida de otras bifurcaciones. Alguna vez los sentidos de este laberinto convergen: por ejemplo, usted llega a esta casa, pero en uno de los pasados posibles usted es mi enemigo, en otro mi amigo.”  La palabra tiempo no figura en la novela de Ts ‘ui Pên, como “En una adivinanza cuyo tema es el ajedrez, ¿cuál es la única palabra prohibida?” y Yu Tsun contesta: “La palabra ajedrez.” Así, en creación de Borges, “El Jardín” de Ts ‘ui Pên es una especie de imagen que espera ser completada, la idea del universo de conformidad con su autor.

Por eso es que, en opinión de Harold Bloom: “Tal como lo han observado todos los críticos, el laberinto es la imagen central de Borges, donde convergen todas sus obsesiones y pesadillas. Sus precursores literarios, desde Poe a Kafka, son utilizados para construir este emblema del caos, pues Borges puede transmutarlo casi todo en un laberinto: casas, ciudades, paisajes, desiertos, ríos y por encima de todo ideas y bibliotecas.”  En concepción del profesor estadounidense, Borges, verdadero maestro de la construcción de vericuetos y de reflexiones de espejo, se interesó siempre más en la influencia literaria que en la religión o en la filosofía, y “nos enseñó a leer dichas especulaciones primordialmente por su valor estético”, por lo que Bloom llama su “universalismo estético”, es decir su obsesión por la eliminación de las fronteras al tiempo que por la creación de un universo infinito de belleza. (“El Canon Occidental”,  3ª ed., Barcelona, Anagrama, Págs. 474-480) 

Fuente: www.doaks.org
 El tema ornamental de los jardines, su carácter de oasis, no deja de estar presente en este cuento de Borges. Por ejemplo, antes de salir a ver a Albert, Yu Tsun rememora que “A pesar de mi padre muerto, a pesar de haber sido un niño en un simétrico jardín de Hai Feng ¿yo, ahora, iba a morir?” Y sobre su antepasado: “Bajo árboles ingleses medité en ese laberinto perdido, lo imaginé inviolado y perfecto en la cumbre secreta de una montaña, lo imaginé borrado por arrozales o debajo del agua, lo imaginé infinito, no ya de quiscos ochavados y de sendas que vuelven, sino de ríos y provincias y reinos…” Como si Borges (seguramente) estuvo en contacto con el texto de Horace Walpole, su ensayo sobre la preciosidad de los jardines, en particular de los jardines chinos que:

“En cuanto a la naturaleza, parece que la evitan tanto como nuestros antepasados con sus cuadrados y rectángulos y líneas rectas…dentro de este fantástico paraíso hay una ciudad cuadrada, de una milla de lado. En ella los eunucos de la corte, para entretener a su majestad imperial con el ajetreo y el bullicio de la capital en que reside pero que su dignidad no le permite ver, hacen de mercaderes y fingen toda suerte de comercios, e incluso ejercen toda suerte de comercios…Aquí su majestad juega a practicar la agricultura: hay un cuadro reservado a tal fin; los eunucos lo siembran, y siegan y llevan la cosecha a su presencia imperial; y su majestad regresa a Pekín convencido de haber estado en el campo.” (“El Arte de los Jardines Modernos”, Madrid, Siruela, 2005, Págs. 35-38.)

De modo que en “El Jardín de Senderos que se Bifurcan” Jorge Luis Borges nos invita a varios de sus temas preferidos y recurrentes, como los malabares de espejos, el tiempo en redondo, distintas voces que nos tratan de dar diversas perspectivas en unas pocas páginas o el libro y el laberinto como objeto único, monolítico.

martes, 9 de abril de 2013

Un martini con Clarice



Diego Pérez Ordóñez 

Ahora mismo se me ocurre que Clarice Lispector (1920-1977) debe haber sido de esas mujeres con la que necesariamente hay que acoderarse en una barra a  tomar un martini y hasta dos. Una mujer independiente –digna y soberana, en términos políticos- lo suficientemente aguda como para haber trasformado la literatura en portugués a punta de puro cuento. Lo suficientemente sofisticada como para haber sido retratada por Giorgio de Chirico, nada menos y nada más. Lo suficientemente modesta, sin embargo, para admitir que cuando leyó el Lobo Estepario por primera vez se decidió a ser escritora.
 
Fuente: www.publishingtheworld.com
Por una serie de factores la literatura de Clarice Lispector no encaja en ningún estereotipo, no admite clasificaciones de ninguna índole. No es ni vanguardista ni de retaguardia, ni modernista ni romántica. Quizá apenas sea lispectoriana, judeo-brasileña. Tal vez porque ella misma es un eslabón en el rico encadenamiento de la intelectualidad judía del siglo pasado, que arranca con la triada de Bergson-Freud-Proust, pasando por George Steiner y quizá nodriza literaria de Paul Auster, de sus laberintos y juegos de espejos. Quizá porque de Ucrania (donde nació Lispector) hasta Río de Janeiro hay varios mundos y mares de distancia. O porque en realidad fue concebida para tratar de aliviar a su madre, que padecía de una enfermedad cuya cura – se creía- consistía en tener una hija. Es decir, fue concebida por cuenta de una tercera, como medio y no como un fin en sí.

Fuente: www.tratadodecuerpo.blogspot.com
Dicen sus comentaristas que la dedicada vida de señora de diplomático la aburría a morir, que le daba lo mismo estar en Washington D.C, en Londres, en Berna o en Nápoles, que le disgustaban las esquelas, las tarjetas en bandeja de plata, los RSVPs, las genuflexiones y esas cosas. Dicen que por eso se divorció y que volvió a Río a ganarse la vida escribiendo de todo: columnas, crónicas, novelas y cuentos, lo bueno con su nombre y con seudónimos para parar la olla. También se rumora que cuando la rutina del hogar le ganaba la partida, solía encerrarse en un cuarto de hotel a solas por tres o cuatro días, como para recuperar el aguante, como para que la perspectiva vuelva a su sitio. Del mismo modo se cuenta que una noche se quedó dormida mientras fumaba, que había tomado pastillas, que se quemó todo y que los doctores seriamente pensaron en amputarle una mano. 

Nota alcohólica de pie de página
Luis Buñuel se tomaba –literalmente- tan en serio sus martinis (tenían que ser secos, muy secos) que dejó plasmada la receta en su libro de memorias. El secreto, parece, es que insumos y materiales estén congelados: la coctelera, las copas especiales y la ginebra. Los hielos siempre tienen que estar duros (evitar que se hagan agua), se les echa unas pocas gotas de vermú y media cuchara de angostura. Luego de agitar y servir en las copas heladas, hay que conservar los hielos, que guardan los olores y sabores del cóctel. Buñuel logró negociar con su médico, al final de sus días, que le permita bajar la dosis de martinis: apenas uno en vez de los cuatro a los que estaba acostumbrado.