Diego
Pérez Ordoñez
El mismo Keith Richards cuenta, con su especial
modo cándido y despreocupado, que la primera vez que escuchó a Robert Johnson
(Mississippi 1911-1938) en un disco de vinil, preguntó quién era el guitarrista que lo
acompañaba. El problema, claro, es que Johnson estaba tocando en solitario:
apenas él y su viola. Richards detalla en sus memorias que su presentación con
el bluesero tuvo lugar en el húmedo sótano donde vivía su colega Brian Jones,
probablemente a principios de los sesentas: “Me
quedé pasmado por lo que escuché. Era como llevar la guitarra, la composición y
la realización a una altura totalmente diferente. Y al mismo tiempo nos
confundió, porque no era música de grupo sino una sola persona. Y nos dimos
cuenta de que los músicos que nosotros interpretábamos, como Muddy Waters,
habían crecido con Robert Johnson y lo habían traducido a formato de banda. En
otras palabras, se trataba simplemente de una evolución. Robert Johnson era
como una orquesta por sí solo. Algunas de sus mejores cosas son al estilo de
Bach en cuanto a la construcción. Lastimosamente la jodió con las chicas y tuvo
una vida corta.” (En “Life”, Nueva York, Little Brown and Co.,
2010, pág. 94. Mi traducción)
También Eric Clapton quedó hipnotizado cuando
descubrió sus grabaciones, como a los quince años de edad. Dice que las escuchó
día tras día por seis meses seguidos y que le impresionó el hecho de que Robert
Johnson parecía tocar para sí mismo, sin pensar en que podía algún día contar
con una audiencia y de que lo estaban grabando. Clapton sostiene –y podría
tener un punto válido- que Robert Johnson ha sido el músico de blues más
importante de toda la historia y cita como explicaciones su inigualable alma al
cantar y la fortaleza de su música. Las composiciones de Johnson avalan la
teoría del virtuoso inglés (él mismo grabó un disco de versiones años atrás):
‘Sweet Home Chicago’ y ‘Rambling on my Mind’ son, desde hace mucho tiempo,
estándares de la tradición musical occidental y muchas de las figuras del blues
contemporáneo han tenido grandes éxitos con las composiciones de Johnson.
Algunos ejemplos: Taj Mahal grabó ‘I Believe I´ll Dust my Broom’, Cream hizo de
‘Crossroads Blues’ todo un himno y la versión de Led Zeppelin de ‘Travelling
Riverside Blues’ es la cereza en el pastel de sus grandes éxitos (de la versión
de cuatro discos compactos en caja).
A pesar de que Robert Johnson no fue el
bluesman fundador - ese honor se lo podrían disputar W.C Handy, a quien se le
atribuye el haber compuesto la primera canción de blues formal, Blind Lemon
Jefferson, una de las celebridades originales del género, o Charley Patton,
caricatura del músico itinerante de los años veinte- Johnson sin duda fue el
más sofisticado y quien mejor combinó los ingredientes clásicos del blues de
las bochornosas planicies del delta del Mississippi. Y aunque una de las dos únicas
fotografías de la época lo muestren bien trajeado, orgulloso de un juego de
largos y elegantes dedos casi hechos a la medida para acariciar las seis
cuerdas, y con una confiada sonrisa, la vida de Robert Johnson bien podría recapitular
los avatares del sur de Estados Unidos durante las épocas de cosecha, pobreza y
segregación. Para empezar, el apellido Johnson era el de uno de los amantes de
su madre, su educación formal era muy precaria y su técnica de tocar la
guitarra fue producto de sus esfuerzos de autodidacta. A momentos tuvo que
alternar la recolección de algodón con la inicial afición por la música y la
leyenda cuenta que era un guitarrista algo menos que competente hasta que, en
una oscura noche sureña, se encontró con el demonio y ambos acordaron los
términos y condiciones de un exorbitante contrato: a cambio del alma de Johnson
el diablo le proveería con el talento de tocar la guitarra bluesera como nadie
y como nunca. De acuerdo con este mito
fundacional de la carrera de Johnson, a partir de este tenebroso pacto los
salones y las cantinas se empezaron a llenar cuando tocaba, e incluso se volvió
más atractivo para las mujeres (fue un mujeriego recalcitrante toda la vida). Aunque
esto de los acuerdos diabólicos es moneda común en la cultura occidental
(pensemos en el doctor Fausto, en Paganini, en Tartini o en Cantuña), uno de
los más prolijos estudiosos de Robert Johnson, Elijah Wald, opina que la
leyenda debe ser atribuida a otro Johnson, Tommy Johnson, y que el invención
fue transferida a nuestro Robert para hacer más interesante su figura para las
audiencias blancas:
“No
solamente –dice- fue Tommy y no
Robert, quien proporcionó esta versión de un guitarrista del Mississippi que
había vendido su alma, pero su testimonio nos llegó a través de su hermano
LeDell, quien parece haber estado singularmente enamorado de estas historias.
LeDell era un cantante de blues reformado que se había convertido en ministro
religioso y que rastreaba su conversión a cuestiones sobrenaturales, argumentando
que su guitarra había sido hechizada y que así se había asustado de la música
secular.” (‘Escaping the Delta.
Robert Johnson and the Invention of the Blues.’, Nueva York, Harper Collins,
2004, pág. 273. Mi traducción). Alan Lomax, un productor e
investigador que recorrió el sur de Estados Unidos a la busca de artistas que
representaran la esencia del blues, complementa que: “De hecho, de todos modos, todo violinista de blues, tocador de banjo,
soplador de armónicas, pianista y guitarrista era, en su opinión y en la de sus
colegas, un hijo del diablo, una consecuencia de la visión europea que
considera al baile negro como pecaminoso en extremo.” (‘The Land Where the Blues Began’, Londres, Minerva,
1995, pág. 365. Mi traducción). Todo esto significa que la
fantaseada relación contractual de Johnson con el diablo es una argolla más de
la cadena de leyendas sobre el intercambio de espíritus por talento, por dinero
o por gloria.
Fuente: www.rootsweb.ancestry.com |
Ahora tenemos que volver a Keith Richards y a
eso de que Robert Johnson “la jodió con las chicas”. Es que, cuando Johnson
alcanzó cierto nivel de celebridad su fama se tornó peligrosa: Stephen C.
LaVere cuenta que en las ardorosas noches de Mississippi los demás músicos te
odiaban si podías tocar mejor que ellos, que las mujeres te detestaban si le
ponías el ojo a alguien más, y que los hombres te aborrecían si las mujeres te
adoraban. Johnson, Sonny Boy Williamson
y Honeyboy Edwards estaban tocando en la cantina de una localidad
llamada Greenwood. Parece que Robert Johnson se estaba metiendo en la cama con
la mujer del dueño de la cantina y que este señor lo envenenó, en uno de los
intermedios del show, la noche del 13 de agosto de 1938. Continúa LaVere:
“De
acuerdo a todos los reportes Robert empezó a desplegar su atracción hacia una
dama que había visto durante su estancia en el local. Puede que no haya sabido,
y seguramente no le habría importado, que ella era la mujer del dueño… De modo
que, durante una pausa de la música, Robert y Sonny Boy estaban juntos cuando alguien le trajo a Robert una media
pinta con el sello de seguridad roto. Como Robert se aprestaba a tomarla, Sonny
Boy se la quitó de las manos y se rompió en el piso. Sonny Boy le advirtió
‘Hombre, nunca tomes un trago de una botella abierta. No sabes lo que puede
contener.’ Robert, en cambio, replicó ‘Hombre, nunca me quites una botella de
whisky de las manos.’ Así la cosa, a Johnson le trajeron una segunda botella
sin sellar y Sonny Boy solamente pudo observar y guardar la esperanza.” (De
las notas interiores de ‘Robert Johnson. The Complete Recordings.’ Mi
traducción.)
Evidentemente la segunda botella estaba emponzoñada
y, aunque Johnson inicialmente pudo luchar contra sus efectos, murió un par de
días después por neumonía. Se dice que Robert Johnson está enterrado en la
capilla de Payne, en una pequeña localidad de Mississippi llamada Quito. Esta
es una de tres o cuatro versiones sobre la localización de su enterramiento.
A pesar de que sus únicas grabaciones datan
de 1936 la música de Robert Johnson cabalga cada día con más frescura y a confiado
tranco. Su forma de tocar y entender la guitarra es simplemente deslumbrante:
muy poca gente concibe de dónde puede sacar e inventar semejantes ruidos y
sonidos –mucho antes de que Jimi Hendrix por poco logre una virtual amalgama
con su propia guitarra eléctrica- cómo logra tanta melodía a pesar de su
soledad, cómo pudo haber compuesto semejantes canciones un hombre de aparente
rusticidad. Su resonancia tiene dientes afilados, está a pocos cromosomas del
rock (sin perjuicio de la distancia en el tiempo) y está dotada de una pesadez
inusitada. Con cada oída resulta más fácil y razonable entender los vasos
comunicantes de Robert Johnson con los Rolling Stones, con Buddy Guy con Luther
Allison y con muchos de los bluesmen de ese pelaje. Si bien Johnson no inventó
el blues, es posible que haya fijado las reglas para el canon.
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