Diego
Pérez Ordóñez
En su célebre entrevista con la Paris Review William Faulkner le sugirió
a la gente que se quejaba de que no entendía su obra, tras dos o tres lecturas,
que haga un intento por leerla una cuarta vez. Si dejamos de lado la exquisita
y penetrante arrogancia faulkneriana tenemos que admitir que la lectura de “El Jardín de Senderos que se Bifurcan”
de Jorge Luis Borges (1899-1986) exige y amerita lecturas y relecturas, demanda
tomar notas, hacer descansos, dar vueltas por el cuarto a la busca de
oxigenación para luego retomar la tarea. Es que en apenas algo más de diez
páginas Borges se dio modos de crear mundos paralelos que a veces pueden
superponerse, de tender los planos arquitectónicos de indescifrables laberintos
con ínfulas de eternidad, de jugar a los dados con la aparente unidad del
tiempo para proponerse crear fisuras, causar filtraciones e intercalar
narradores. Está claro que lo de Borges –su marca registrada, su mínimo común
denominador- por llamarlo de algún modo es la invención de ramificaciones.
La
trama y los desenlaces
Al final del día la trama de “El Jardín” cobra segundo plano en
comparación con sus efectos colaterales, en comparación con las esquirlas y
limaduras que arroja la lectura del cuento. Es probable que para Borges su
corta narración (incluida en la colección de “Ficciones”) que él mismo calificó
de “policial” y en la que advirtió con un guiño que “sus lectores asistirán a la ejecución y a todos los preliminares de un
crimen, cuyo propósito no ignoran pero que no comprenderán, me parece, hasta el
último párrafo” haya sido una excusa para poner en práctica sus ahora
conocidos artificios y gimnasias literarias.
A primeras trazas el cuento consiste en la
historia de Yu Tsun, un espía chino que trabaja para los alemanes durante la
Primera Guerra Mundial y que ha sido descubierto por el enemigo inglés, en
especial por el capitán Richard Madden, un agente particularmente eficaz y
preciso (de “rostro acaballado”). El
objetivo de Yu Tsun es escapar de Madden y en el proceso hacerles saber a sus
jefes alemanes el nombre y la localización de un parque de artillería británico
sobre el Ancre. El espía chino debe encontrar modos de transmitir esta
información a sus empleadores imperiales, al tiempo que procura salvar su
propia vida. Con este plan en mente viaja a Ashgrove, cerca de Londres, para
buscar al doctor Stephen Albert, un sinólogo. Acá empieza el juego de espejos,
los caprichos de Dédalo: es que Albert está obsesionado con desentrañar los embrollos
de El Jardín de Senderos que se Bifurcan,
una novela escrita por Ts´ui Pên, antepasado de Yu Tsun. Éste último, aunque
interesado en las revelaciones de Albert, tiene que matarlo antes de que Madden
lo mate a él. El lugar donde descansa la artillería británica se llama Albert,
por forma que cuando Yu Tsun le descerraja un tiro a su contertulio –su pistola
tiene una sola bala- cumple con transmitirle la valiosa información a los
alemanes. (Desde ahora voy a manejar la versión del cuento que está
en “Cuentos Completos”, Bogotá, Lumen, 2011, Págs. 146-157)
La
masa del témpano
Hay que reconocer que Borges no mintió del
todo: la historia sí es policial, sí tiene tensión, si tiene un componente de
intriga y de espionaje. Pero al mismo tiempo hay que convenir en que la trama
de espías es la punta del iceberg y que el mar de fondo está en las distintas
capas que el argentino, a modo de filigrana, construyó para sus lectores. Si
bien la rivalidad entre el espía chino y el agente inglés es de interés, en el
sentido en que Juan Benet caracteriza la duplicidad del espionaje, las claves
están en otra parte:
“Por
eso decía al principio que el espía son dos; como el matrimonio; una actividad
llevada a cabo por una pareja: un espía que procede del campo adversario y un
traidor salido del campo propio que – no necesariamente por dinero- rompe en
secreto el juramento de fidelidad a su rey, a su constitución o a su pueblo,
vende su alma al diablo y pasa a colaborar con aquél por el triunfo de unos
ideales o unos principios muy distintos de aquellos en los que se formó. Las
diferencias entre los dos personajes que forman la pareja son de todo orden:
profesional, social, moral y psicológico. Dejando de lado su posible
compenetración y cierta comunidad de intereses y, posiblemente, de ideas, lo
cierto es que ambos personajes, en cuanto figuras tópicas, no se parecen en
nada y nada comparten excepto las particularidades de su colaboración. Es el
matrimonio de dos seres que no pueden ser más distintos.” (“Sobre la Necesidad de la
Traición” en “La Construcción de la Torre de Babel”, Madrid, Siruela, 1990,
Pág. 74)
Varias
voces, distintas perspectivas
Así que el interés inicial de “El Jardín” de Borges está en la multiplicidad
de puntos de vista: es acá cuando empieza a funcionar el juego borgeano de
espejos, la entrada originaria al laberinto. La primera perspectiva del cuento
está en la página 242 de la “Historia de
la Guerra Europea” de Liddell Hart (de verdad, un historiador militar) de
la que se concluye que una ofensiva británica de trece divisiones y mil
cuatrocientas piezas de artillería fue inicialmente planeada para el 24 de
julio de 1916 y que debió postergarse para la mañana del 29 de julio. De
acuerdo con Liddell Hart la demora, en flema inglesa es “nada significativa, por cierto” y producto de las lluvias. Este es
el primer filtro, el punto de partida de la teoría de los caleidoscopios: un
libro de historia militar, un posible ataque inglés. Sin embargo, y casi sin beneficio
de inventario, la fuente principal del cuento es la “siguiente declaración, dictada, releída y firmada por el doctor Yu
Tsun, antiguo catedrático de inglés en la Hochschule de Tsingtao [que] arroja
una insospechada luz sobre el caso”. A la declaración, para nublar la vista
supongo, le faltan las primera dos páginas.
Fuente: Labyrinthos.net |
En relación con todo lo anterior para
Josefina Pantoja Meléndez, de la Universidad Autónoma de México:
“Yu
Tsun narra la historia antes de morir ahorcado y la transcribe un narrador-
editor que sólo aparece en la nota de pie de página del preámbulo del cuento.
La narración de Yu Tsun es un documento legal en manos de autoridades inglesas y
debemos suponer que Yu Tsun –ahora reo de muerte condenado por el asesinato de Stephen
Albert- no tiene idea del destino que corre su declaración ‘dictada, releída y
firmada’. Además hay que añadir que la trascripción de la declaración tal como
la presenta el narrador viene a ser como un comentario o corrección de lo
consignado por el historiador Liddell Hart en su obra Historia de la Guerra
Europea, donde se relatan las maniobras militares en las que desempeñó un papel
importante el bombardeo de Albert. La estructura del cuento nos remite a una
especie de círculo concéntrico de narradores que enuncian el relato, una
especie de juego narrativo de cajas chinas.” (“El Tiempo en un
Cuento de Borges: ‘El Jardín de Senderos que se Bifurcan”, en “Thémata. Revista
de Filosofía”, Sevilla, Número 45, 2012, Pág. 307)
Es esa la inaugural superposición: la versión
académica de un libro de historia militar, aparentemente objetiva, a primera vista
neutral, que contrasta con el posiblemente arrancado testimonio del espía
chino, casi necesariamente torcido (el testimonio), con sospechas de haber sido
arrancado por fuerzas y amenazas (quizá por eso Borges pone énfasis en la
formalidad legal de que la declaración fue dictada, releída y firmada). Son, en
el fondo, distintas versiones del mismo hecho: la muerte del doctor Albert con
el objetivo de dar noticias a los alemanes, de advertirles respecto de la localización
militar inglesa. Lo que Steiner señala respecto de que “Borges sencillamente reagrupa fragmentos de la realidad para formar
otros mundos posibles. Cuando se desplaza, por medio de ecos y juegos de
palabras, de una lengua a otra, Borges está dando vueltas al calidoscopio, está
iluminando otro sector del muro.” (“Los Tigres en el Espejo”,
en “Extraterritorial”, Madrid, Siruela, 2002, Pág. 43)
Cualquier
tiempo fragmentado fue mejor
Luego, claro, viene el segundo tema: el
tiempo, su aparente relatividad, los intentos de Borges por fragmentarlo, por
crearle rendijas y quiebres, por apelar de su carácter de absoluto. Yu Tsun rumia: “Después reflexioné que todas las cosas le suceden uno precisamente,
precisamente ahora. Siglos de siglos y sólo en el presente ocurren los hechos;
innumerables hombres en el aire, en la tierra y el mar, y todo lo que realmente
pasa me pasa a mí…” Los siglos de
los siglos, es decir lo inmemorial, los hechos que ocurren en el presente, lo
que le pasa a él, las dimensiones del tiempo. Y dentro del segundo tema, en una especie de
efecto de matrioskas, está el tema de la novela escrita por Ts ‘ui Pên, un
libro con el objetivo de convertirse en infinito, un libro que dispute los
estándares del tiempo. Albert, el sinólogo, lo concibe como “un volumen cíclico, circular”, un libro
cuya primera página sea igual que la última, de modo que pueda continuar hasta
el infinito de forma incesante e invariable, de modo que al sinólogo le “sugirió la imagen de la bifurcación del
tiempo, no en el espacio.”
Fuente: www.monografias.com |
En el libro de Ts ‘ui Pên –quien, por
añadidura, es antepasado de Yu Tsun- se crean distintos porvenires,
ramificaciones del tiempo que, en palabras borgeanas, proliferan y se bifurcan.
Por forma que nos enfrentamos a una novela contradictoria, con diversas tramas,
con resultados diferentes, aparentemente sin salida, circular e inmortal: “En la obra de Ts ‘ui Pên, todos los
desenlaces ocurren; cada uno es el punto de partida de otras bifurcaciones.
Alguna vez los sentidos de este laberinto convergen: por ejemplo, usted llega a
esta casa, pero en uno de los pasados posibles usted es mi enemigo, en otro mi
amigo.” La palabra tiempo no figura en
la novela de Ts ‘ui Pên, como “En una
adivinanza cuyo tema es el ajedrez, ¿cuál es la única palabra prohibida?” y
Yu Tsun contesta: “La palabra ajedrez.” Así,
en creación de Borges, “El Jardín” de
Ts ‘ui Pên es una especie de imagen que espera ser completada, la idea del
universo de conformidad con su autor.
Por eso es que, en opinión de Harold Bloom: “Tal como lo han observado todos los
críticos, el laberinto es la imagen central de Borges, donde convergen todas
sus obsesiones y pesadillas. Sus precursores literarios, desde Poe a Kafka, son
utilizados para construir este emblema del caos, pues Borges puede transmutarlo
casi todo en un laberinto: casas, ciudades, paisajes, desiertos, ríos y por
encima de todo ideas y bibliotecas.” En concepción del profesor estadounidense,
Borges, verdadero maestro de la construcción de vericuetos y de reflexiones de
espejo, se interesó siempre más en la influencia literaria que en la religión o
en la filosofía, y “nos enseñó a leer
dichas especulaciones primordialmente por su valor estético”, por lo que
Bloom llama su “universalismo estético”, es decir su obsesión por la
eliminación de las fronteras al tiempo que por la creación de un universo
infinito de belleza. (“El
Canon Occidental”, 3ª ed., Barcelona,
Anagrama, Págs. 474-480)
Fuente: www.doaks.org |
El tema ornamental de los jardines, su carácter
de oasis, no deja de estar presente en este cuento de Borges. Por ejemplo,
antes de salir a ver a Albert, Yu Tsun rememora que “A pesar de mi padre muerto, a pesar de haber sido un niño en un simétrico
jardín de Hai Feng ¿yo, ahora, iba a morir?” Y sobre su antepasado: “Bajo árboles ingleses medité en ese
laberinto perdido, lo imaginé inviolado y perfecto en la cumbre secreta de una
montaña, lo imaginé borrado por arrozales o debajo del agua, lo imaginé
infinito, no ya de quiscos ochavados y de sendas que vuelven, sino de ríos y
provincias y reinos…” Como si Borges (seguramente) estuvo en contacto con
el texto de Horace Walpole, su ensayo sobre la preciosidad de los jardines, en
particular de los jardines chinos que:
“En
cuanto a la naturaleza, parece que la evitan tanto como nuestros antepasados
con sus cuadrados y rectángulos y líneas rectas…dentro de este fantástico
paraíso hay una ciudad cuadrada, de una milla de lado. En ella los eunucos de
la corte, para entretener a su majestad imperial con el ajetreo y el bullicio
de la capital en que reside pero que su dignidad no le permite ver, hacen de mercaderes
y fingen toda suerte de comercios, e incluso ejercen toda suerte de comercios…Aquí
su majestad juega a practicar la agricultura: hay un cuadro reservado a tal
fin; los eunucos lo siembran, y siegan y llevan la cosecha a su presencia
imperial; y su majestad regresa a Pekín convencido de haber estado en el campo.”
(“El
Arte de los Jardines Modernos”, Madrid, Siruela, 2005, Págs. 35-38.)
De modo que en “El Jardín de Senderos que se Bifurcan” Jorge Luis Borges nos invita
a varios de sus temas preferidos y recurrentes, como los malabares de espejos,
el tiempo en redondo, distintas voces que nos tratan de dar diversas
perspectivas en unas pocas páginas o el libro y el laberinto como objeto único,
monolítico.