Diego Pérez Ordóñez
Del mismo modo que el manjar, la poesía
es algo objetivo, por mucho que este algo sea bello, y he aquí lo que la hace
independiente o, como se dice, abstracta, lo mismo que la escultura o la
pintura modernas. Leopoldo María Panero.
En Alfredo
Gangotena (1904-1944) se fusionan admirablemente una mente exquisita y un alma
torturada. Imagínense a un esteta enjaulado en una sociedad prehobbesiana y
conventual. Pónganse en los zapatos de una especie de artista-equilibrista que
busca luces en la línea divisoria entre dos idiomas. En palabras de Nabokov
(que conocía al dedillo el exilio y los malabarismos lingüísticos), un hombre
ilustrado en una sociedad bárbara, palabras casi a la medida de nuestro
personaje.
Es
que, claro, Gangotena infringía casi todas las reglas de una ciudad centenariamente
pacata: un patricio con visión más allá de “la hacienda”, con aires de
vanguardia y surrealismo, con ciertos empaques de dandy, incluso con libros. El
poeta, en el viejo Quito que ni siquiera acababa en la avenida Colón, debe
haber sido una especie marcada, un elemento sospechoso, casi un descastado. Un habitante
excéntrico, aunque retraído, cuyas tarjetas de presentación parisinas
anunciaban: “Alfredo Gangotena, cazador de tigres”, en su amado idioma francés.
Por eso, por salirse del molde, incluso en estos tiempos sobre el poeta cuelgan
todo tipo de sambenitos: debe haber sido homosexual, debe haber sido
hemofílico, era, en cualquier caso, raro. Muy antiguo para haber sido “bohemio”,
el poeta Alfredo Gangotena no suele pasar de una anécdota para iniciados en su
ciudad natal y de un poeta exportado en Francia.
Retrato del artista
No
hay evocación de Alfredo Gangotena como la escrita por Carlos Tobar Zaldumbide,
la trascripción de una charla que dictó en Art Fórum de Libri Mundi en enero de
1993 y que unos años después recogió la revista Seseribó/Contexto (No.
4, 1997, Págs. 20-24). A falta de una biografía neutral y
documentada, el de Tobar es un nostálgico repaso por los
momentos íntimos del poeta Gangotena, de los días dedicados a los amigos y a la
literatura, de las conversaciones en la vieja casa de la calle García Moreno.
Se trata, por suerte, de una deliciosa introspección de alguien que, como
Tobar, también tenía una relación profunda con las letras y que echó a andar la
memoria con todo el detalle posible. Por ejemplo: “La pequeña sala en que nos reuníamos era de una burguesa banalidad,
con la excepción de la presencia de buena parte de la biblioteca de Alfredo,
con admirables ejemplares, en su mayoría de literatura francesa, que abarcaban
todas las épocas, desde Villón hasta Eluard. Adornaban las paredes una que otra
litografía de Manet o Rousseau y un buen retrato de nuestro huésped hospedador,
pintado por Alberto Coloma.”
Buenos y modernos tiempos en familia. |
Aunque
de algunas fotos se pudiera concluir lo contrario, Tobar caracterizaba al poeta
como sencillo en el vestir, de estatura mediana, libre de todo exceso. También
como de salud débil y de prevención al frío que “…le obligaba a recibirnos, en las frescas noches quiteñas, arropado con
variadas lanerías multicolores. Y [en un estilo proustiano andino] se había construido un curioso aparato
inhalador del que no se desprendía y cuyos aromáticos efluvios aspiraba con
religiosa periodicidad.” (Los corchetes son míos). En lo tocante a su reclusión: “Alfredo era un ser melancólico, acosado por
la añoranza y la incomprensión. El abismo intelectual y anímico que se
interponía entre él y los miembros de su cercana familia – con la excepción
quizá de su hermana Fanny- le compelía a un aislamiento taciturno y dolorido.
Tan más cuanto que esa incomprensión se extendía a lo ancho y a lo largo de una
buena mayoría de la intelectualidad conciudadana de aquel entonces, que no
quería, o no podía, comprender al escritor, que consideraba, despectivamente,
‘extranjerizante’ y ‘afrancesado’. En efecto, el criterio que primaba en los
cenáculos literarios era el de que sólo era concebible la poesía que se
expresase en la lengua autóctona y oficial, y siempre que llevase, inclusive,
un sello de nacionalismo criollo y, casi siempre, quejoso y sollozante.”
Ya
se pueden imaginar, entonces, a Gangotena caminando por las calles de la vieja
ciudad, abrigado, con las manos en los bolsillos, quizá masticando las líneas
de un nuevo poema o pensando en cómo mejorar un poema ya publicado – al parecer
muy meticuloso y nunca dejaba de modificar sus textos- y añorando sus días en
París. “El poeta – dice una de sus
estudiosas- está obsesionado por la
sangre y sus poemas laten. Conciencia fragmentada que mira el abismo, el poeta
busca o espera la trascendencia por la luz. Sangre y luz se entretejen en los
cuerpos del deseo, a la vez que se confunden en una trilogía el peregrino
anhelante, la Amada idealizada y el misterioso Huésped, como sucede en
Tempestad Secreta.” (Pérez Ordóñez, Virginia, “Huésped de Sangre.
Ensayos Sobre la Poesía de Alfredo Gangotena.”, Quito, Orogenia, 2004, Pág. 13)
Al
poeta frágil y retraído, fin de raza, expatriado en su propia ciudad: “Gangotena habitaba en un cuerpo enfermo. Su
visión de la vida estaba atravesada por su condición: conciencia permanente del
latir de venas y arterias, sensación de la precariedad de la vida, de la
corrupción de la sangre. Esta vivencia le hacía quizás más consciente de la
disgregación, del incesante transcurrir del tiempo, pero sobre todo le daba la
certeza de sentirse un ser distinto, un exiliado en la tierra – no solo en su
tierra-, un ser de excepción, dolorosamente marcado para la implacable
conciencia y para la soledad…” (“Huésped”,
Pág. 15)
Atisbos de dandismo. |
Dualidades del idioma
Aparte
de sus aspectos personales, una de las claves de la poesía de Gangotena es que
fue escrita mayoritariamente en francés. A pesar de que el poeta nació en
Quito, de que su idioma materno era el español, tomó la decisión de escribir su
obra en su idioma de adopción: el francés. Como apunta
Adriana Castillo “En un principio el ser
ausente es un juego para el artista. Ser hispanófono y versificar en francés
implica un abandono voluntario, un sí es no trasgresor, de la lengua materna y
de su espacio expresivo; una ausencia escogida es ésta, si se quiere; un
desafío, además de una diversión. Luego, la fascinación por la lengua adoptada
atrapa a Gangotena.” (En “Alfredo Gangotena. Antología.”, Madrid,
Visor/Libri Mundi, 2005, Pág. 10)
Este
fenómeno, el del escritor que amaestra una lengua inicialmente ajena, que la
domina, ha sido abordado por George Steiner en uno de sus ensayos más reconocidos:
Extraterritorial. Para Steiner la idea de un escritor que de forma tácita o
expresa renuncie a su lengua para adoptar otra en su obra puede parecer incomprensible.
“De ahí –sostiene Steiner- que a priori la idea de un escritor
lingüísticamente ‘sin casa’ resulte extraña; la idea de un poeta, novelista o
dramaturgo que sienta como en casa ajena al manejar la lengua en la que
escribe, que se sienta marginado o dudosamente situado en la frontera. Sin
embargo, esta sensación de extrañeza es más reciente de lo que podemos pensar.”
(“Extraterritorial”,
Madrid, Siruela, 2002, Pág. 17) Para otros escritores, por ejemplo
Sándor Márai, la literatura solamente se entiende en la lengua madre, es decir
que hay una especie de cordón umbilical entre la literatura y el lugar de
origen.
En
el caso de Gangotena el caso parece ser el inverso, el francés como idioma de
huida, como símbolo de la modernidad ausente en los páramos andinos. En
Gangotena, en cambio, el escogimiento del francés pudo haber sido una forma de
ponerle tuercas y tornillos a su propio destierro interior, de remachar ese
sentimiento de no-pertenencia en su propia ciudad de nacimiento, en su ambiente
familiar. La misma Castillo remarca: “Regresar
a Quito corresponde con el segundo viraje en la existencia del creador. Quito y
su sociedad, Quito y su entorno natural son vividos como una pesadilla y una
agresión por el retornado…El reencuentro con el espacio de los orígenes fracasa
y el sentimiento de pérdida, el golpe de la ajenidad maduran, son llaga viva.” (“Alfredo
Gangotena. Antología.”, Pág. 10)
En
este fenómeno de extraterritorialidad Gangotena no está solo. Acordémonos de
Vladimir Nabokov, que escribió en por lo menos tres idiomas (ruso, francés e
inglés) y fue uno de los grandes estilistas del siglo XX en inglés, a pesar de
no haber sido su lengua madre. Uno de sus más grandes admiradores, Javier
Marías, también pone énfasis en este carácter no geográfico de la literatura de
Nabokov, de su obra como recordación de mundos que han desaparecido, el exilio,
de la carencia de un hogar fijo, de los cambios de lengua y opina que l suyo es
un canon esencial del siglo pasado “…aunque
sea extraterritorial y carezca de nacionalidad muy precisa, una prueba más de
que la lengua en que un escritor escribe es de gran importancia, pero no lo
determinante. O, dicho con mayor atrevimiento, su importancia, con ser enorme,
no deja de ser secundaria.” (“El Canon Nabokov” en “Faulkner
y Nabokov: Dos Maestros”, 2ª ed., Barcelona, Debolsillo, Pág. 169)
No es mi culpa, Vladimir. |
En
este sentido, el idioma cobra una importancia secundaria en comparación con el
estilo: lo que les importa a estos autores extraterritoriales, en exilio
perpetuo de su propio idioma, es la prosa (o en el caso de Gangotena, la
lírica), su ritmo, su marea, sus claves. Por eso para Nabokov, indistintamente
del inglés, ruso o francés argumenta que “Debemos
tener siempre presente que la obra de arte es, invariablemente, la creación de
un mundo nuevo con la mayor atención, abordándolo como algo absolutamente
desconocido, sin conexión evidente con los mundos que ya conocemos.” (“Curso
de Literatura Europea.”, Buenos Aires, RBA Libros, 2010, pág. 29) Es
decir, el sentido de la ficción como divisora de aguas de la realidad, como
motor de la creación artística. De este modo con la ficción estilística –Nabokov
escribía casi con guantes blancos- el idioma en que se llegue a la obra de arte
original es indistinto: por eso Nabokov admite que desde su primera infancia
fue bilingüe en ruso e inglés y que muy pronto, a los cinco años, aprendió
francés. Las notas que el niño Nabokov tomaba sobre sus mariposas eran en
inglés. Después de su primer exilio, tras la revolución de 1917, en Berlín y en
París escribió sus obras en ruso y luego tradujo dos de sus novelas del ruso al
inglés. Escribió “La Verdadera Vida de
Sebastian Knight” directamente al inglés, en el París de 1939. Es decir
que, muy posiblemente, cada libro de Nabokov encierra en sí mismo varios
libros: la creación, la traducción, la retraducción…
Pero
si vamos de vuelta a la teoría de la extraterritorialidad, Steiner opina que se
puede leer la mayor parte de la obra de Nabokov como si se tratase de una
meditación acerca de la naturaleza misma del lenguaje humano, de la posible
simbiosis entre diversas concepciones lingüísticas del mundo y de una corriente
común que recorre la columna vertebral de los distintos idiomas. Por eso, si
seguimos la argumentación de Steiner –de paso, muy posiblemente el más
importante pensador de nuestros tiempos- grandes novelas nabokovianas como “Lolita” o “Ada o el Ardor” “…son narraciones acerca de las relaciones
eróticas entre el hablante y el lenguaje, y de manera más directa son lamentos –a
menudo tan formales y quejumbrosos como las oraciones fúnebres del Barroco- por
la separación de su única amante verdadera: ‘la lengua rusa’.” (“Extraterritorial”,
Págs. 21 y 22) A diferencia del mismo Nabokov, entonces, Steiner sí
reconoce en su prosa cierto extrañamiento, cierto eco de los viejos años rusos.
Otro
caso de extraterritorialidad –esta vez desde el teatro y desde el
protestantismo- es el de Samuel Beckett que “Tras haber pasado de escribir en inglés a hacerlo en francés, para
luego traducirse al inglés, se liberó estilísticamente de Joyce y dejaron de
importunarle las ideas de Proust, a pesar de tener un ancestro común con éste
último: Schopenhauer.” (Bloom, Harold, “El Canon Occidental”, 3ª
ed., Barcelona, 1997, Pág. 507) O
quizá la historia de Joseph Conrad, el polaco también en perpetua emigración
marina, escritor tardío, maestro de la lengua inglesa a pesar de las distancias
geográficas y estilísticas. Aunque la segunda lengua de Conrad era el francés, “La verdad a este respecto es que mi aptitud
para escribir en inglés es tan natural como cualquier otra con que haya podido
nacer. Tengo la extraña y abrumadora sensación de que siempre ha formado parte
inherente de mí. Para mí el inglés nunca ha sido una cuestión de elección ni de
adopción.” (Cashford, Jules, “Joseph Conrad: Homo Duplex”,
en la edición de Atalanta de “El Copartícipe Secreto”, Girona, 2005, Pág. 90)
A la mar inglesa se ha dicho, Conrad. |
En
el poeta Gangotena, en tal caso, quizá el uso del francés como lengua de expatriación
sea un vehículo para expresar el gran motor de su obra poética: la angustia
perpetua. El desasosiego es el condumio de la poesía de Gangotena, el factor
que recorre toda su obra:
“Me dejaste suspenso en ayes/
De estas ansias, con los labios
entornados.
¿Dónde habré de hallar contornos
Al propio pecho mío de tu presa, de/
tu vuelo? (Tempestad
Secreta)
O en
“Vigilia”, dedicado a Jean Cocteau:
“En la nieve y en las cenizas, como el
manto de las soledades/
El viento recio de la náusea me revuelve
el ombligo.
Omnímodo es el espanto; y bajo los
arcos/
Algún espíritu me empuña para la entrapada.”
Así,
pues, el poeta Gangotena enfila en una noche fría y lluviosa del viejo Quito de
vuelta hacia su casa de la calle García Moreno, en exilio perenne, masticando
unas palabras en francés que plasmará en su próximo poema, siempre pendiente,
siempre inconcluso.