Diego Pérez Ordóñez
Los recónditos sonidos que Jeff Beck obtiene
de su guitarra eléctrica son como la banda sonora de una película que todavía
no existe, como una tentativa armónica en constante perfeccionamiento. Es que
Beck no se deja subordinar: desde siempre –literalmente- ha tenido metidas las
manos en los terrenos del blues, en los mandos del jazz, incluso en el auge de
la música disco o, recientemente, en los terrenos de lo oriental. No admite
formulismos: no es ni una superestrella del rock (en el sentido de que no es,
precisamente un ídolo de masas) ni forma parte de ningún movimiento, de ninguna
escuela y de ninguna tendencia (lo que sea que esto último signifique). Sin
entrar en los lugares comunes de que, por ejemplo, Jeff Beck es el último tal o
el más grande o único, la verdad es que es un animal extraño, un ave rara en épocas
de uniformidad y estandarización.
Así, Jeff Beck muta y se despliega con cada
tocada, con cada nueva grabación, hacia destinos insondables e infranqueables:
en una noche determinada, por ejemplo en el club Ronnie Scott´s de Londres,
puede interpretar y mejorar una versión de “A Day in a Life” y unas noches
después, posiblemente a miles de kilómetros de distancia, está en capacidad de
interpretar (aparentemente por enésima vez) “Goodbye Pork Pie Hat” de una
manera totalmente distinta, renovadora, como para que toda su audiencia se
saque de una vez el sombrero. Beck parece no repetirse nunca, aparenta, por
contra, estar variando constantemente pero sobre una base sólida. Su base de
siempre.
En cuanto a su técnica, referente a lo que lo
hace exquisito, único e inigualable, sus críticos y estudiosos coinciden en que
se trata del tono. No importa que sea en una Gibson Les Paul o, mucho más,
últimamente, en una Fender Stratocaster, buena porción del arte de Jeff Beck
está en obtener los sonidos más extraños al tiempo que más delicados, en
inventar ruidos que nadie más –y hay gente que se ha esforzado hasta el
hartazgo- pueda sacar. Y, claro, hacerlo todo en cinco minutos: en un tema de
Jeff Beck pueden coexistir ecos cavernarios, con notas sublimes traídas desde
lo más primoroso del blues, con complicadas interpretaciones y estructuras del
mundo del jazz. Sí, estructuras, andamiajes, vistas, espacios: la de Beck es
música arquitectónica, música de perspectivas, de rasgos y matices. En esto
míster Beck se da la mano con Pink Floyd. En lo que tiene que ver con ser único
se abraza con Jimi Hendrix aunque, a diferencia de este otro genio, a Jeck Beck
es más difícil esculcarle influencias o atribuirle discípulos. Se puede
argumentar, son solidez, que nadie toca como Jeff Beck. Ni de cerca.
Pero volvamos al tono, que para todos sus
conocedores parece ser la fórmula de la belleza de su música. Vernon Reid,
guitarrista de Living Colour, lo define como:
“…mercurial,
cálido, desafiante, mordelón, sin duda suyo. Sutil y tierno, sin dudas, sin
ambages brutal y ‘cool’. Si la guitarra es una mujer él es su más ardiente y celoso
amante…Escuchando la música que él (Beck) y ella (su guitarra) han hecho juntos
con el pasar de los años es como escuchar a dos amantes en una feroz discusión,
compartiendo una broma, o darse cuenta de que la pareja del cuarto de al lado
en un hotel está haciendo el amor en apasionado frenesí.”
Por eso a sus sesenta y pico de años Jeff
Beck puede con sobrada justicia argumentar que es uno de los más monumentales
guitarristas de la historia del rock y por muchas razones distintas. Quizá no
sea el más llamativo ni el que más discos venda. Definitivamente no es el más
popular, pero Beck tiene el currículum y la maestría técnica para rivalizar con
quien se le pare enfrente. A bordo de
los Yardbirds, por ejemplo, experimentó con los ecos más profundos, las distorsiones
más chirriantes y las amplificaciones más estridentes. Con los Yardbirds, más
que nada, Jeff Beck alternó con otros semidioses de la guitarra eléctrica: un
tal Eric Clapton y con Jimmy Page, que poco después pasó a formar Led Zeppelin.
Clapton, en los años sesenta un maniático del blues, se cambió a las filas de
los Bluesbreakers de John Mayall en busca de mayor pureza musical. Jeff Beck
decidió seguir su propio camino y encontrar los ruidos más esmerados y los
tonos más minuciosos.
Tiene razón Vernon Reid: Beck es
incandescencia, cólera, provocación.
Una versión anterior fue publicada en El
Comercio, diciembre de 2010.