Diego Pérez Ordóñez
La
historia de Bessie Smith (1894-1937) tiene todos los ingredientes de una bien
pensada y dirigida telenovela: el ascenso a la gloria desde los rincones más
humildes de la segregación racial, fama y estrellato, alcohol y excesos y una
muerte trágica y polémica. Parece que Bessie Smith bebía a barba regada, que era
ferozmente independiente en un mundo de machos alfa blancos, era soberbia hasta
el punto del desplante y se metía en la cama con quien le daba la gana,
esencialmente. En tiempos de digitalización, de paparazzi y de obsesión con la
imagen, Bessie Smith habría sido una celebridad en toda regla, de esas que procesan
a las revistas del corazón para proteger su ultrajada privacidad, de esas que
manejan automóviles llamativos y estúpidamente caros, de esas que cruzan
puñetazos con los fotógrafos que la quieren retratar en la calle. Pero incluso
antes de la masificación de la popularidad, esta cantante de blues marcó
camino, fundió el molde de la diosa contemporánea: algo subversiva, de carácter
fuerte, extravagante y caprichosa.
Es
que, pónganse a pensar, la primera época de oro de blues –fundamentalmente los
años 1920s- estuvo marcada por las grandes voces femeninas: cantantes como
Mamie Smith, Ma Rainey, Ida Cox o Alberta Huntner. En esa época la imagen de
una mujer, por lo general extravagantemente vestida, con plumas en la cabeza y
acompañada por una banda masculina era casi tan común como la idea que hoy
tenemos del blues: un cantor que toca una guitarra acústica en alguna vieja
cantina del sur profundo, probablemente en Mississippi un sábado por la noche. Un
cantor que se quejaba del daño que la había hecho una mujer. Hay que recordar
que las mujeres abrieron la trocha para los hombres, micrófono en mano.
Incluso
hoy, cuando su música a primeras escuchas pudiera parecer añeja y anticuada, su
imagen sigue en plena vigencia. Para Anki Toner, por ejemplo, Bessie Smith
además de haber sido la más importante e influyente de las cantantes clásicas
del blues – lo que no es poca cosa- fue un emblema: “Una mujer negra que no sólo se hizo millonaria por su propio trabajo,
sin que nadie le regalara nada en una sociedad dominada exclusivamente por hombre
blancos, sino que, además, era explosiva, independiente, arrogante, bebedora,
violenta y sexualmente promiscua.” (‘Blues”, Madrid, Ed. Celeste, 1995,
pág. 115). Tocó brevemente el cielo a
pesar de haber nacido en la segregada Chattanooga de Tennessee en 1894, en
plena vigencia del Ku Klux Klan, en condiciones en que una mujer negra no
solamente ocupaba el último madero de la rígida escala social sino que era
prácticamente un bien o una mercancía.
Al
parecer en los últimos años de la adolescencia (hay que decir, de paso, que
Bessie Smith era huérfana y pobre de solemnidad) se juntó a una
compañía/caravana de vodevil en calidad de bailarina. En esos aprietos se dejó
proteger por Ma Rainey, una de las diosas originales de la por entonces difusa frontera
entre los distintos géneros de la música de origen africano: el blues, el vodevil, el ragtime, los gérmenes
del jazz… Corrían tiempos –imagínense- en que solamente las mujeres de
reputación dudosa podían dedicarse al blues, tiempos en los que el espectáculo
se daba la mano con el proxenetismo, días y noches en que el llamado ‘show
business’ a menudo se abrazaba con las mafias nacidas de la prohibición del
alcohol.
Logró
grabar un disco en 1923, a pesar del repetido rechazo de las casas
discográficas, que le imputaban tener la voz demasiado bronca y áspera. Lo
cierto es que cuando logró que la admitan en un estudio de grabación su primer
disco vendió algo así como 750.000 copias, una cifra sideral para la época. Fue su estación de oro: a pesar de que se
avecinaba la gran crisis económica Bessie Smith era todo un éxito comercial,
llenaba los teatros y los sitios donde cantaba, se daba el lujo de contar con
músicos como Coleman Hawkins, Benny Goodman o Louis Armstrong y de llevar un
ritmo de vida digno de una voluptuosa princesa. Un tren de vida de largas
noches, botellas vacías, variedad de amantes, ropas caras y aplausos. En una
foto de la época se la ve enjoyada de pies a cabeza, con una especie de tocado
de grandes y tupidas plumas blancas, echada en una tumbona y ofreciendo a quien
la vea una sonrisa a medio camino entre la sugestión y la lujuria más frontal.
En otra imagen está jugueteando con un collar de perlas de varias vueltas,
mientras mira a la cámara en plan de fascinación. Así, para
Samuel Charters “Un nombre sigue evocando
la magia de esos primeros años del blues: Bessie Smith ‘la Emperatriz del Blues’.
Sus mejores grabaciones nunca han estado fuera del mercado, a pesar de que algunas
de ellas datan de los días de las grabaciones acústicas – con su sonido
empacado- más de 70 años atrás. Los discos de Bessie se vendían en todas
partes, y cuando por ahí encontramos ejemplares en algún sótano o en la esquina
de un ático, han sido tocados tanto que apenas pueden ser escuchados otra vez.”
(En el texto para “Classic Blues Women” de la colección Blues Masters, Rhino
Records.
Fuente: riverwalkjazz.stanford.edu |
Divas
aparte, Bessie Smith era dueña de una voz autoritaria y de carácter. Una voz
que le permitió convertirse en una suerte de ídolo en el sur profundo de
Estados Unidos, húmedo y algodonero, y tratar de cruzar la frontera hacia los
públicos blancos (en ese entonces reacios a admitir que una mujer negra que
cante de desamores pueda ser considerada un talento). Y sí, Bessie Smith parece
cantar –incluso en estos tiempos- con la furia y con la decisión de alguien que
sabe que ha nacido en un mundo para ella injusto, en el que los hombres
(productores, cazatalentos, empresarios discográficos) son dueños de todas las
cartas. Y sí, con su voz carrasposa y fuerte, señaló el camino no sólo para los
bluesmen clásicos que la precedieron, sino para toda cantante femenina de
blues, jazz o rock. Hay un poco de Bessie Smith en Janis Joplin, en Susan
Tedeschi, en Tina Turner. Hay incluso un poco de Bessie Smith en la camaleónica
Madonna.
Se
cuenta – aunque sobre este punto los especialistas contemporáneos opinan que se
trata de una leyenda apócrifa- que la Smith salió gravemente
herida de un accidente de tránsito en 1937 (en la carretera número 61, cerca de
Clarksdale, que años después inmortalizó Bob Dylan). A pesar de su fama como
una de las más reconocidas voces de la música algodonera, se supone que tres
hospitales del estado de Mississippi le negaron tratamiento médico, por ser
negra. Al final, se dice, murió desangrada. Aunque los académicos más serios
argumentan que en el accidente no hubo factores raciales de por medio, el mito
forma parte del aura de esta extraordinaria cantante. Años después, en una suerte de desagravio con
estampas de tragedia, otra mujer, aunque esta vez blanca, le puso una lápida a
la anónima tumba de Bessie Smith. Se trataba, claro, de Janis Joplin, quien
terminó bajo tierra poco después.